4.11.06

Los tiempos no están cambiando

José Luis Pardo
BABELIA - 04-11-2006

COMO BUENOS modernos, somos especialmente sensibles a los prejuicios de la Antigüedad ("cualquier tiempo pasado fue mejor"), pero nos cuesta notar que vivimos instalados en el prejuicio inverso y complementario: imaginamos la historia como una línea evolutiva que, a partir de un comienzo adverso, progresa hacia un final resolutorio y culminante (he aquí por qué la nuestra es una temporalidad acelerada: tenemos prisa por llegar a la meta). Y este prejuicio no puede removerse por un gesto voluntarioso: dependemos de él hasta tal punto que nuestra vida consiste en administrar el presente a beneficio del porvenir, y todos nuestros afanes y sacrificios son inversiones cuyas ganancias esperamos recoger mañana con creces (de ahí que hayamos convertido a los jóvenes y a los niños en nuestros "tesoros").
La cultura no iba a ser una excepción en esta corriente, y también en su ámbito se ha vuelto obsesiva la búsqueda de ideas infantiles -es decir, sin ningún pasado y con mucho porvenir-, escritores jóvenes y "nuevos" intelectuales. También aquí se precisan brokers con buen olfato para comprar a tiempo lo que mañana nos hará ricos y deshacerse ahora de valores cuya acumulación comportaría nuestra ruina futura. Cada generación realiza a su manera el plebiscito a favor del mañana; la mía lo hizo al compás de ese genial poeta-profeta llamado Bob Dylan, que gritaba que los tiempos estaban cambiando y -¡qué razón tenía el muy bribón!- advertía a madres, padres, políticos, periodistas y público que quien no nadase a favor de la corriente terminaría ahogado por ella. Luego, Thomas S. Kuhn mediante, se ha impuesto otra fórmula que ha hecho mayor fortuna: estamos transitando hacia un nuevo paradigma (vayan deshaciéndose del antiguo o lo pagarán caro); en la ciencia, en la familia, en la política, en el arte, en el urbanismo, en la economía y hasta en la guerra; pero algo parece estar fallando: por una parte, el tránsito está durando más de lo previsto y empezamos a sospechar que no acabará nunca; por otra, los "nuevos paradigmas" (lo post-, lo neo-, lo micro-, lo ultra-, lo trans-, etcétera) se consumen tan rápidamente que da la impresión de que el futuro se dispensa en plazos brevísimos y evanescentes sin llegar a consolidarse y devolviéndonos una y otra vez a un presente desbaratado y abandonado. Quizá llegue un día en que el dolor de quienes han sido estafados por esta información privilegiada sobre el futuro no pueda ser disimulado como un déficit psicológico de adaptación o una retrógrada resistencia al progreso, y quizá ese día ese malestar encuentre un nombre y llegue a ser una idea susceptible de ser pensada. Entretanto, déjenme que, por una vez, se lo diga con la misma vehemencia que utilizaba Dylan: no, los tiempos no están cambiando, no estamos transitando hacia ningún nuevo paradigma. El que teníamos, es cierto, está averiado, desprestigiado, erosionado, corroído y hecho pedazos, pero no tenemos ningún recambio para él ni ningún otro lugar hacia el que transitar. Así que no lo vendan demasiado barato.

José Luis Pardo es autor de La regla del juego: sobre la dificultad de aprender filosofía (Galaxia Gutenberg / Círculo de Lectores). Premio Nacional de Ensayo, 2005.

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