15.11.06

El Estado de Bienestar en el Siglo XXI

Gösta Esping-Andersen
Publicat a La Factoria (Num. 22-23)

En toda Europa, los políticos creen que necesitamos una nueva arquitectura de bienestar, que el viejo modelo de la época dorada de la posguerra ya no funciona. Y, si es así, ya no es el momento para los burócratas, tecnócratas y funcionarios. Si necesitamos nuevas visiones, necesitamos personas que puedan dibujar y diseñar las casas donde queremos vivir en el s. XXI. Sería pretencioso decir que soy un gran arquitecto y que voy a proporcionar la catedral del futuro. En realidad, no puedo prometer nada más que una ventana, una puerta o quizá la entrada de la nueva casa. Sin embargo, tenemos que empezar por algún lugar y espero, por lo menos, empezar por el lugar más apropiado.
Si analizásemos los últimos 20 años, creo que veríamos una gran acumulación de señales de que la sociedad ya no es cómo era. Algo fundamental se está desarrollando y desplegando que está rompiendo la lógica del pasado. Creo que existen dos pruebas que cualquier persona podría identificar. La prueba más aburrida sería coger un libro de texto sociológico del año 70 y ver cómo se describía la sociedad de los años 60: no podríamos reconocer nada de nuestra sociedad actual. Una manera menos aburrida de acometer esta prueba sería ver cómo era la vida de la generación de nuestros padres cuando ellos eran jóvenes, cómo el hombre o la mujer típica de los años 50 o 60 estaban construyendo sus vidas, formando sus familias y creándose a sí mismos un porvenir. ¿Cuál era el ciclo de vida de la persona típica nacida en los años 30 y 40? Era muy distinto del tipo de ciclo de vida que nuestros jóvenes-adultos, hoy en día, acometen. He preparado cinco indicadores que creo que son fundamentales. Empecemos con el más fácilmente reconocible: la desigualdad.

Los indicadores
En la era dorada del Estado de bienestar vimos una bajada de las desigualdades. Lo que hemos visto los últimos 20 años es que esta igualación económica se está destruyendo muy rápidamente. Estamos viendo tendencias fuertes hacia salarios e ingresos en los hogares muy desiguales. El índice típico que utilizamos es el coeficiente de Gini. Y para daros la idea del volumen de cambios que se están produciendo, el coeficiente de Gini ha aumentado en Europa entre un 10%, un 20% e incluso un 25%. También vemos que los Estados de bienestar que intentaban luchar contra esta ola de desigualdad están luchando cada vez más con mayores dificultades.
Un segundo indicador es el hombre sustentador de la familia (male breadwinner), el eje del equilibrio social en el pasado. Ellos, incluso los trabajadores poco cualificados, podían contar con estabilidad en su puesto de trabajo, con ingresos reales que aumentaban. Incluso las familias de clase trabajadora podían tener el “lujo” de permitirse una ama de casa a tiempo completo. Pues bien, el hombre que “sustenta” la familia todavía existe. Pero cada vez es menos capaz de proporcionar él sólo unos ingresos suficientes para su hogar, para su familia. Los hogares que hoy dependen de ese único sustentador son cada vez más pobres. En otras palabras, para que las familias lleguen a final de mes, para mantener los niveles de bienestar tal cómo se habían definido, necesitamos cada vez más que las mujeres trabajen. Y, cómo veremos, creo que probablemente esto es lo que constituye un cambio revolucionario hoy en día.
El tercer indicador está relacionado con las familias. Lo que en una época se llamaba la familia típica, hoy en día es una familia minoritaria en la mayor parte de las sociedades. Y lo que se llamaba un hogar típico, es atípico en la mayoría de casos. Éstas son buenas noticias y malas noticias a la vez. Existe una mayor pluralidad, una mayor variedad, distintos estilos de vida. Sin embargo, en el contexto de la nueva estructura de las familias, vemos el crecimiento de hogares muy frágiles, vulnerables. Vemos un aumento creciente de hogares que no tienen ningún tipo de ingreso, que no están de alguna manera relacionados con el mercado laboral. Normalmente, son familias monoparentales, mujeres solas. Y esos son los hogares más vulnerables en el contexto de la sociedad actual. En el otro extremo de la distribución de hogares, observamos el aumento de familias muy potentes: las familias que tienen dos salarios. El proceso conjunto está acabando en una polarización. La pareja constituida por dos profesionales que ganan un buen salario, que avanzan, y que, por otra parte, dejan de lado a las familias excluidas. Y uno de los problemas principales es la tradición antigua del hecho que los débiles se casan con débiles y los fuertes se casan con fuertes. Y cuando tomamos esto en cuenta, no es sorprendente que las familias se estén polarizando, en términos de bienestar, cada vez más.
Y todavía podemos mencionar otro indicador muy importante. En términos de la dinámica que lleva a la vida de las personas. Es de sobras conocido que la llegada a la edad adulta es cada vez más difícil. Los jóvenes tienen dificultades para abrirse un camino en la sociedad actual, en términos de formar su propia familia independiente o, simplemente, de crear una vida independiente para sí mismos. El hombre mediterráneo vive con sus padres hasta los 28-30 años de edad. Y la mujer típica mediterránea tiene su primer hijo a la edad de 30 años, aproximadamente. Éste es un cambio de edades hacia arriba, al alza, que es dramático en comparación con cuando nuestros padres y nuestras madres tenían la misma edad. No son capaces de formar familias con facilidad y se enfrentan a enormes desafíos para abrirse un camino en el mercado laboral. Cuando analizamos un país cómo Italia, que es un ejemplo dramático de todo esto, virtualmente el 90% de todo el desempleo son jóvenes que jamás han tenido un puesto de trabajo. Simplemente hacen cola y esperan, y esperan, hasta que se presenta una oportunidad para que finalmente puedan introducirse en el mercado laboral. España se encuentra en una situación muy similar a la de Italia. Tenemos datos que sugieren que el promedio de tiempo entre los jóvenes que buscan su primer empleo es de 3 años. Tres años de puro desperdicio. Esta combinación está produciendo el síndrome del aplazamiento. Y esto también está muy relacionado con lo que actualmente se está convirtiendo en un fenómeno que está presente en toda Europa: el equilibrio de la baja fertilidad. Toda Europa está cayendo a unas tasas de natalidad bajísimas. Italia y España tienen un 1,1% en términos de porcentaje de tasa de natalidad, es decir, aproximadamente un hijo por mujer. En algunas zonas de Europa cómo Galicia, el Véneto, Liguria -en Italia- estamos a 0,8 hijos por mujer. Si tuviésemos que seleccionar un único indicador que mida el malestar social en nuestras sociedades sería justamente esta baja tasa de natalidad. Nos indica que los hombres y las mujeres jóvenes no son capaces de tener todos los hijos que desean y, de hecho, sabemos lo que normalmente la gente desea. El deseo, la pulsión, es de tener unos 2,2 - 2,4 hijos. En otras palabras, si deseamos 2,4 en España y 2,4 en Dinamarca y 2,4 el Italia (más o menos lo mismo), esto nos indica que el promedio es que el hombre y la mujer en España sólo pueden tener la mitad (y en Galicia sólo un tercio) de los hijos que realmente desean. Algo está bloqueando a los ciudadanos para alcanzar su objetivo fundamental cómo seres sociales: es decir, formar una familia. Al fin y al cabo, tenemos que recordar que la institución básica de la sociedad es la familia. Por lo tanto, quisiera invitar a todos y todas a utilizar las tasas de natalidad cómo uno de los indicadores más potentes de que algo muy grave le está sucediendo a nuestra sociedad.
Si reunimos todos estos indicadores, creo que no es difícil identificar algunos escenarios bastante negativos para el tipo de sociedad que tendremos en los próximos 20 o 30 años. He dibujado en breves pinceladas tres escenarios posibles. El primero lo llamo el “escenario de islas de excelencia en un océano de ignorancia”. Esto realmente es lo que podría ocurrir en una economía del conocimiento que combine grandes excelencias cognitivas y educativas con una población amplia con pocas cualificaciones, cómo es el caso en EE.UU.

Tres escenarios alternativos
Existe aproximadamente en España un 30% de jóvenes que no alcanzan la escuela secundaria. El joven que hoy en día no acabe el bachillerato, acabará en el “equipo de serie B” de la sociedad del mañana. Tenemos datos de los estudios relacionados sobre las capacidades cognitivas que sugieren que más del 20% de los jóvenes-adultos norteamericanos hoy en día están en un nivel cognitivo en el que básicamente son disfuncionales. Son dos ejemplos de una posible polarización en la sociedad de mañana.
Podríamos imaginarnos un escenario alternativo que sería cómo una “laguna tranquila con algunas olas”. Una población homogéneamente equipada en términos de capacidades cognitivas: los países escandinavos están cerca de este escenario, con pocas personas que tienen un nivel disfuncional cognitivo. La cuestión que nos deberíamos plantear, entonces, son las consecuencias de ir en una dirección o en la otra dirección. ¿Qué necesitamos hacer para rectificar? Una situación en la que quizá una tercera parte de nuestra población se encuentre en este “océano de ignorancia” (o quizá algo más). El segundo escenario que podría ser muy preocupante nos recuerda el antiguo libro de Benjamin Disraeli de nombre “Sybil: or the Two Nations” (Sybil, o las Dos Naciones), escrito en 1871 para describir la sociedad británica en el momento cumbre de su industrialización: una sociedad profundamente dividida en clases sociales. Describe la miseria de las clases trabajadoras (y nos acordamos todos de Dickens inmediatamente). Pues bien, este escenario es una posibilidad real para los próximos 20 o 30 años. Sencillamente porque la tendencia es continuada en potencial exclusión o potencial precariedad, entre una proporción substancial de nuestra población.
Y el tercer escenario sería una “sociedad sin hijos”, lo cual significará básicamente una sociedad sin población. Los demógrafos nos dicen que si España continúa con su tasa de natalidad actual, el resultado será que en el año 2080 la población española tendrá el tamaño de la población sueca (unos 10 millones de habitantes). Ahora bien, la mayor parte de nosotros podemos decir “y a mi qué me importa, estaré muerto en el año 2080”. Pero a nuestros hijos les importará, porque ellos serán los que tendrán que pasar por una sociedad en la que la población estará reduciéndose en términos tan dramáticos. Se trata de algo muy negativo, macroeconómicamente hablando, tener una sociedad que está reduciendo su población a estos niveles. También se trataría de una población extremadamente envejecida. Muchas personas mayores en instituciones, sin jóvenes visibles en ninguna parte. No creo que a nadie le guste ninguno de estos tres escenarios y creo que la cuestión de la arquitectura del bienestar básicamente debe estar dirigida a evitar este tipo de horizontes tan negativos, si no para nosotros, por lo menos para nuestros hijos.
Todo esto se reduce al hecho de que la distribución de los riesgos y de las necesidades sociales está cambiando dramáticamente. En la época dorada del Estado de bienestar, aquellos que estaban en situación de mayor riesgo eran las poblaciones mayores. Lo que vemos de manera dramática actualmente es que la incidencia del riesgo social está bajando en el ciclo de vida a escalas de edad más tempranas. Se concentra, y esto es lo más problemático, fundamentalmente en familias jóvenes y en niños pequeños. Es aquí donde la tasa de pobreza aumenta más. Y es en este mismo grupo en el que los ingresos están reduciéndose cada vez más. En segundo lugar, tenemos nuevas estructuras de riesgo porque éste afecta a segmentos de población que tradicionalmente se sentían seguros y esto es cierto en particular entre los trabajadores menos cualificados, que quieren encontrar un puesto de trabajo decente, bien pagado y estable. En otras palabras, tenemos un Estado de bienestar que fue construido para tratar una estructura de riesgo de la generación de nuestros padres o abuelos y ahora tenemos una nueva estructura de riesgos y el Estado de bienestar parece estar haciendo muy poco para tratar estas nuevas necesidades. Tenemos que hacer algo al respecto.

La globalización no es el culpable
Muchas personas están convencidas de que todos estos factores tan negativos provienen de la globalización, de que existen enormes fuerzas que van más allá de nuestro control. La buena noticia es que no existe ninguna evidencia de que el culpable sea la globalización. Si la globalización fuese la verdadera amenaza, entonces la “locura”, en términos de Estado de bienestar, se daría en los Países Bajos, Dinamarca y Suecia. Son los países que están más expuestos a los movimientos de capital, al comercio internacional, etc. Ahora bien, después de haber mencionado Suecia, Dinamarca, los Países Bajos, la mayor parte de ustedes dirán “pero si son los de más éxito en Europa, no solamente en términos de rendimiento económico, no solamente en tasas de empleo, sino también en términos del mantenimiento de la igualdad, del mantenimiento de un Estado de bienestar fuerte y consolidado”. Por lo tanto, claramente, creo que deberíamos utilizar otro argumento que no sea la globalización para identificar cuál es la fuerza que está causando los cambios en nuestra sociedad y está creando estos nuevos riesgos. Básicamente, y aquí es donde yace la buena noticia, las causas principales son endógenas de nuestra propia sociedad: los cambios demográficos, el cambio de la estructura de las familias, especialmente el cambio del papel de las mujeres y el cambio tecnológico. Estos cambios están creando nuevas desigualdades y también están creando nuevas oportunidades. Y esto es una excelente noticia porque significa que podemos hacer algo al respecto.
El gran desafío es establecer un paquete de políticas coherentes para un Estado de bienestar del siglo XXI. ¿Cómo sería este paquete de medidas? Tengo cinco ingredientes básicos que estoy especialmente convencido de que constituyen la clave para el comienzo de un proyecto de reparación política y de construcción de una nueva arquitectura de bienestar.
Primer ingrediente: lo llamaré invertir en los niños y las niñas, cuanto antes mejor. Es una estrategia basada en la inversión. Tenemos que invertir nuestros recursos en las primeras etapas de su infancia. Esta inversión también significa un cambio del sesgo tradicional de transferir ingresos para los pobres y especialmente un cambio hacia los servicios proporcionados a las familias.
El segundo ingrediente sería invertir en las mujeres o, si quisiera ser popular entre las feministas, hacer que las mujeres se conviertan en las heroínas de la sociedad postindustrial. Las mujeres son la clave de un nuevo equilibrio de bienestar.
El tercer ingrediente, y esto quizá les sorprenda: hemos de combatir el impacto de la clase de origen en las posibilidades y oportunidades de los niños.
Otro ingrediente: necesitamos un nuevo sistema de evaluación del riesgo, una nueva solidaridad, un nuevo contrato social (si tenemos que utilizar el término de Rousseau).
Y quinto; necesitamos, y esto les pondrá a todos a dormir, un nuevo sistema de contabilidad social.

Invertir en los niños
Comenzaré, pues, por la primera prioridad: invertir en los niños. Existe gran evidencia de que la pobreza en la infancia, especialmente en la primera infancia, es sumamente dañina para el desarrollo de los niños y su escolarización hasta la edad adulta. Tenemos la evidencia dramática de los EE.UU., donde los niños que crecen en situación de pobreza, de promedio, reciben 2 años menos de escolarización que los niños que no son pobres. Cuando empiezan a trabajar en su edad adulta, sus ingresos son un 25% inferiores que los de aquellos niños que no están en situación de pobreza en su crianza. Lo peor es que reproducen ese síndrome cuando tienen hijos. Sus hijos probablemente también vivirán en situación de pobreza. Es una transmisión generacional de la pobreza en las familias, que es sumamente dañina y, en gran parte, ya predeterminará las oportunidades que tendrán estos niños en su vida. Esto tiene que ser percibido dentro del contexto de lo que llamo “suben las apuestas”. Van subiendo las apuestas (esto lo entenderéis aquellos que juguáis al póquer). Necesitamos cada vez mayor educación y mayores cualificaciones, y más capital cultural. Aquellos que empiezan en un nivel bajo tendrán, cada vez más, una mayor probabilidad de perder. Cualquier experto en infancia nos dirá que el elemento único más importante será la inversión en el desarrollo cognitivo de los niños. Y la edad fundamental es de 0 a 6 años de edad. Todo ocurre incluso antes de que los niños lleguen a las puertas de la escuela. La estrategia de invertir en los niños tiene que ser una estrategia doble. La condición previa fundamental es la abolición de la pobreza en las familias con niños.
Aquellos de ustedes que vengan del departamento de presupuestos del gobierno dirán “¡uy!, olvídalo”. La buena noticia es que es extremadamente barato lograr esto. Hemos calculado que la garantía de que todas las familias con niños de España estén por encima del umbral de pobreza costaría solamente un 0,16% del PIB español actual. A partir de una perspectiva de presupuesto nacional esto es el equivalente a que nos vayamos a tomar un café por la tarde. Desgraciadamente, el dinero es necesario pero no suficiente, especialmente si las apuestas en las capacidades cognitivas del ser humano aumentan constantemente. Tenemos que invertir en políticas que igualen el desarrollo cognitivo de todos nuestros niños. Es aquí donde la herencia social desempeña un papel fundamental. Las familias con un nivel bajo de capital cultural y educativo transmiten menos capacidades cognitivas a sus hijos, en comparación con las familias con una dote cultural importante. Esto significa que los niños ya se están desarrollando de manera desigual antes de llegar a la escuela. Y esto establece una espiral viciosa porque ya sabemos que las escuelas tienen un sesgo de clase media en lo que los profesores y maestros esperan en relación con el desarrollo cognitivo de los alumnos, de manera que los niños que llegan al primer año escolar en la escuela primaria ven cómo se van quedando cada vez más atrás. Y éste es el síndrome del fracaso escolar. Bueno, ¿cómo podemos desarrollar una política para afectar la cultura de los padres? De hecho, existe una respuesta prefabricada para todo esto: la experiencia, especialmente de Dinamarca y de Suecia, que actualmente ya cumple 30 años, a la hora de desarrollar un cuidado preescolar y un sistema de pedagogía preescolar de gran éxito y de gran igualdad para los niños. Esto es un fenómeno de igualación en términos de desarrollo cognitivo y es exactamente por esto que existen muy pocos niños en Dinamarca o Suecia que se queden atrás en términos de rendimiento cognitivo.

Las madres trabajadoras
Ahora bien, para cualquier gobierno esto puede ser percibido cómo una buena noticia porque ya sabemos que necesita un sistema de cuidado universal para un objetivo totalmente distinto, es decir, para ayudar a que exista una compatibilidad para las madres trabajadoras. De hecho, si queremos una sociedad con hijos, tenemos que empezar a desarrollar un acceso universal al cuidado de los niños para las madres que trabajen. Si queremos equilibrar y compensar el envejecimiento de la sociedad, tenemos que movilizar el potencial laboral femenino hasta su máximo. Si no logramos hacer esto, nuestro sistema de pensiones sin lugar a dudas será insostenible en el año 2030. Por lo tanto, es de interés nacional: tenemos de maximizar el hecho de que las mujeres sean empleadas y no interrumpir su trabajo, si lo quieren. EE.UU. nos indica que podemos crear ciertas compatibilidades sin servicios a la infancia universales cómo los escandinavos. La mayor parte de las norteamericanas trabajan y la mayor parte de ellas tienen algún tipo de sistema para el cuidado de sus hijos. El problema es que es un sistema muy variable. Solamente el 20% de los niños americanos van a un centro de calidad aceptable. Lo peor es que el 20% de los niños norteamericanos se dejan solos, niños que se les deja delante de un televisor con palomitas de maíz fácilmente se quedan atrás y fácilmente terminan obesos. Pues bien, este modelo no resolverá nuestro problema de “islas de excelencia en un océano de ignorancia”. Esto simplemente lo reproducirá. Por lo tanto, tenemos que defender un sistema universal de elevada calidad de cuidado preescolar para nuestros hijos, empezando a la edad de 1 año o incluso antes. Asimismo, existe otro argumento que defiende esta visión y es que el precio de los cuidados para la infancia tiene que ser interpretado cómo una fiscalidad regresiva sobre las mujeres. El coste de que las mujeres puedan trabajar si tienen hijos es un pago, por lo menos en España y en la mayor parte de Europa, donde no existe una red publica amplia. El coste es el mismo si se trata de una mujer que tiene altos ingresos o si es una mujer que tiene bajos ingresos. Si el movimiento feminista quiere un buen argumento, el eslogan sería: hemos de abolir esta fiscalidad regresiva sobre el empleo femenino. Asimismo, tenemos que reconocer que no es ningún problema movilizar el potencial de empleabilidad de las mujeres altamente capacitadas: ya están trabajando. El problema es que si queremos alcanzar una ocupación alta entre las mujeres, son las mujeres menos cualificadas las que tienen que ser nuestro objetivo, porque son las que tienen más riesgo de estar en paro. En contraste, prácticamente todas las mujeres trabajan en los países escandinavos. Y es por eso que no existe pobreza infantil en Escandinavia. Para mí está claro que las mujeres, de alguna manera, son las protagonistas principales de un equilibrio de bienestar para este nuevo siglo XXI. Sin la empleabilidad de las mujeres, ningún equilibrio puede ser alcanzado. A nivel microeconómico, el bienestar de las familias depende cada vez más de la mujer. Nos tenemos que asegurar que la formación familiar sea compatible con un empleo a largo plazo. Las mujeres pagan una multa enorme por tener que interrumpir su carrera profesional.

La herencia social
La herencia social es mi tercera bandera problemática. Los socialdemócratas siempre nos han prometido igualdad de oportunidades. En la época de la posguerra mundial decían que esto se lograría con la democratización de los sistemas educativos. Desgraciadamente, esto no ha ocurrido. La reforma educativa, independientemente de cómo sea concebida, hace muy poco para reducir la herencia social. De alguna manera, los socialdemócratas se olvidaron de la vieja promesa de crear genuinamente una sociedad de igualdad de oportunidades, donde los ingresos de tus padres tienen muy poca importancia en relación con tus verdaderas oportunidades en la vida. ¿Cuándo fue la última vez que oísteis hablar a vuestros políticos socialdemócratas decir “ahora tenemos que abordar la herencia social”? Ya ni me acuerdo. Ni siquiera necesariamente por razones igualitarias, sino por el interés común de toda la sociedad, por el futuro equilibrio de bienestar. Cómo os acabo de describir, la herencia social implica que un gran porcentaje de los niños tendrá un subdesarrollo cognitivo, tendrán menos escolarización, mayor fracaso escolar, simplemente porque provienen de familias poco privilegiadas. Y si esta pauta continúa, el día de mañana tendremos un 30% de nuestra población que serán simplemente “los de la serie B”, los perdedores. Tenemos que recordar que las cohortes de mañana serán muy pequeñas y van a tener que enfrentarse a un enorme gasto por pensiones. No podemos permitirnos una situación, en el año 2030, en la que el 20 o 30% de la población en edad de trabajar tenga una capacitación insuficiente simplemente debido a esa herencia cultural. Por lo tanto, dado que son los que nacen hoy en día los que estarán pagando mi pensión o vuestra jubilación el día de mañana, y los que asegurarán que España sea una economía relativamente competitiva y eficiente, tenemos que empezar a corregir esta influencia de la herencia social. Especialmente para aquellos que provienen de las familias menos privilegiadas.
El sistema de escolarización reproduce las desigualdades existentes, que ya existen en las familias, no corrigen estas desigualdades. Existen, sin embargo, dimensiones del sistema educativo que incluso pueden empeorar esta herencia social y vale la pena mencionar un par de ellas, especialmente en España. Primero: el gran papel del sistema educativo privado es problemático si nuestro objetivo es reducir el impacto de la herencia social. En segundo lugar, es problemático cuando el sistema educativo es segmentado por clase social o por origen étnico o por raza. Cuanto más se mezclen niños de distintos orígenes, mejor será. La evidencia más interesante que surge constantemente es que los niños de familias fuertes, es decir, la burguesía, por así decirlo, no sufren. Sin embargo, los niños que provienen de las familias menos privilegiadas, los niños inmigrantes, ganan mucho. Si eres un economista y te encanta optimizar, aquí tenemos un buen ejemplo del máximo óptimo de Pareto. Pero, en general, tenemos que enfocarnos cada vez más hacia el desarrollo cognitivo de los niños antes de su llegada a las escuelas y no intentar reformar el sistema educativo tal y cómo es, porque no establecerá grandes diferencias.

Un nuevo modelo de solidaridades
Tengo un par de cuestiones más que me gustaría enfatizar y compartir con ustedes. La primera es sumamente compleja y espero poder simplificarla; si no, simplemente podría continuar durante una hora más. No quisiera hacerles morir de aburrimiento. Podríamos llamarlo un nuevo modelo de solidaridades o, desde el punto de vista más técnico, un nuevo sistema de compartir riesgos en nuestra sociedad. La gestión del riesgo en la época dorada, y España es un ejemplo perfecto, se trataba de una división del trabajo o de responsabilidades entre la familia, el mercado y el estado. Lo que es característico de los Estados de bienestar del sur de Europa es el papel menor desempeñado por el gobierno y la delegación de una responsabilidad tremenda a la familia misma, en lo referente a los cuidados, de la unión de recursos interfamiliares (cuando un miembro necesita algo, la familia responde). El ejemplo más interesante son los jóvenes desempleados españoles. ¿Quién se ocupa de ellos? Mamá y papá les subvencionan. Se quedan en casa. Existen fuertes argumentos a favor de que el primer paso hacia un sistema más eficaz de gestión de los riesgos hoy en día sería desfamiliarizar las responsabilidades. Las familias son cada vez menos capaces, y en el futuro lo serán todavía menos, de proporcionar el tipo de bienestar que han proporcionado hasta ahora. Si todas las mujeres normalmente estuviesen empleadas, el potencial de cuidados desaparecería tanto para los mayores cómo para los niños. Es decir, que el cuidado tiene que ser proporcionado fuera de la familia. Si las familias se ven obligadas a internalizar las responsabilidades sociales, tendremos un problema en el futuro porque esto significa que no tendremos un empleo alto entre las mujeres y también significa que tendremos menos crecimiento del empleo. Porque el hecho de que las mujeres vayan al mercado laboral crea puestos de trabajo. Y ésta es una de las razones por las que las mujeres son las heroínas del Estado de bienestar del siglo XXI.
El mercado, para muchos, es la solución nirvana en términos del nuevo equilibrio de bienestar. Existen argumentos fuertes a favor del por qué el gran papel desempeñado por los mercados es casi tan contraproductivo cómo el hecho de que las familias actúen cómo Estado de bienestar. Un buen ejemplo son los cuidados diarios. Si nos basamos en el mercado de los cuidados diarios tenemos 2 escenarios. Primero: que nadie tenga hijos. O segundo: tenemos la situación norteamericana, un 20% de los niños aparcados frente a un televisor con palomitas de maíz. El problema es que el mercado establece un precio y existen dos terceras partes de las familias que sencillamente no pueden introducirse en el mercado en términos de abastecerse del cuidado para sus mayores, colocar a una madre o abuela con Alzheimer en una residencia o cuidar de los niños. Cualquier madre trabajadora sabe lo que cuesta una “escola bressol” (jardín de infancia) en Catalunya. Y estos precios aumentarán cada vez más en un futuro. Y si este tipo de servicios son una condición previa y necesaria para la sociedad del futuro, el equilibrio tiene que ser alcanzado en el sector público. Simplemente, no existe ningún argumento creíble que vaya a favor de que esto se sitúe en el sector privado.
Existe un segundo desafío en lo que se refiere a la gestión de los riesgos y la solidaridad, que es un tema financiero. El gran miedo entre muchos es una sociedad envejecida, que significa que los mayores lo acapararán todo y no se invertirá en los niños. Pero espero haber convencido a todos y todas que cuanto más se invierta en los niños y las niñas más ganaremos todos. Y les recuerdo que mi jubilación depende de los niños del mañana y del hecho que los niños que existen hoy en día sean productivos mañana.

El contrato intergeneracional
Tenemos que invertir en nuestros hijos, tenemos que establecer un nuevo contrato intergeneracional. Este contrato tiene que, por encima de todo, ayudar a resolver el problema de la sostenibilidad o las finanzas del bienestar en los próximos 30 años, hasta el año 2030 o 2040. El verdadero reto fundamentalmente está relacionado en cómo asignar el coste adicional del hecho de que nuestra sociedad se está envejeciendo: el coste sanitario adicional, el coste de los cuidados adicionales para la población mayor y, por supuesto, los costes adicionales en términos de pensiones de jubilación. No voy a entrar en detalles de esto, pero existe una fórmula muy atractiva para crear un nuevo contrato intergeneracional, diseñada por el economista Richard Musgrave, que argumenta a favor de lo que él llama unas proporciones fijas. Es decir: cualquier gasto adicional, necesario, debido al envejecimiento, debe ser asignado de manera fija, proporcionalmente, entre los jóvenes y los mayores. ¿Por qué es esto importante? Es importante porque si continuamos con el tipo de financiación que tenemos actualmente, es decir el sistema de pensiones, toda la carga del gasto adicional en un futuro caerá sobre los jóvenes, lo cual significa un aumento de la fiscalidad, más impuestos sobre el trabajo y menos rendimiento del trabajo, lo cual implica una espiral viciosa. Si tuviésemos que seguir la solución del FMI, dicen “privaticémoslo todo”. Si privatizamos todo el fondo de pensiones, toda la carga recaería sobre los mayores y esto también es problemático. No solamente porque sería percibido cómo injusto sino porque el precio del patrón de consumo de los mayores de mañana será relativamente más caro que para otros grupos, a causa del coste de inflación en los cuidados para los mayores. Un sistema de proporciones fijas (el modelo de Richard Musgrave) sería una manera de solucionar el dilema. Tendríamos una distribución justa de la carga adicional entre los mayores y los jóvenes. Y cualquier gasto adicional para los próximos 20 o 30 años simplemente sería asignado proporcionalmente entre los que están en edad de trabajar y los que están en edad de jubilación.
Existe un tercer problema de solidaridad que considero extremadamente importante recordar. Lo llamamos la “suerte generacional”. Si observamos los que actualmente están jubilados, en todos los países lo están pasando la mar de bien. Incluso en los EE.UU. u otros países con garantías públicas mínimas, se lo están pasando muy bien. Si volviésemos atrás, a los años 50 y 60, y analizásemos la situación de los mayores en aquella época, muchos de ellos, sufrían un riesgo enorme de pobreza. Por supuesto que el Estado de bienestar estaba menos desarrollado entonces, pero no es una cuestión únicamente del Estado de bienestar. Se trata de la suerte generacional. Volvamos atrás al ciclo de vida de un pensionista típico de entonces. Pregunta a tu padre o a tu madre cuál era su ciclo de vida: empezaban a trabajar, justo después de la Segunda Guerra Mundial. Era la época de un boom, con empleo fijo, buenos salarios y trabajo estable. Y esto acumuló muchos recursos a lo largo de sus vidas, simplemente porque fueron una generación muy afortunada. La suerte le sonrió a aquella generación. Analicemos la vida de aquellos que se han retirado en los años 50 y 60. Tuvieron mala suerte: nacieron a finales del siglo XIX, principios XX, llegaron a la edad adulta en la Primera Guerra Mundial, y su primera juventud la pasaron durante la gran depresión de los años 30, y culminaron con la Segunda Guerra Mundial. Estas generaciones acumularon poquísimo y por esto fueron pobres en su vejez. Intentemos hacer un experimento, tomemos aquellos que hoy en día están naciendo. Podemos proyectar hacia el futuro y decir: será una generación ¿afortunada o desafortunada? Si el 30% de nuestros hijos hoy en día en España tienen un fracaso escolar antes de acabar la escuela secundaria, seguramente ese 30% será una generación muy desafortunada. Para el año 2060 tendrán poquísimo cuando se jubilen. Lo que quiero deciros es que cuando pensamos en la solidaridad y en la gestión del riesgo y la incidencia de la pobreza la perspectiva del ciclo de vida es una perspectiva muy útil.

Cambiar los presupuestos públicos
Finalmente, hablemos del presupuesto. Existen dos razones y media por las cuales necesitamos cambiar radicalmente nuestras prácticas contables si queremos construir el tipo de modelo de bienestar para el futuro que necesitamos. Todos y todas sabéis la reacción instintiva del ayuntamiento, de la Generalitat o de la Moncloa cuando decimos “queremos centros de cuidado para los niños, o residencias para la tercera edad”. Todos nos dicen que no hay dinero. Primero: lo que importa es el PIB total, no el gasto público y es aquí donde tengo un ejemplo para ilustrar la importancia del presupuesto comprensivo. El ejemplo nos indica que el gasto que vemos en dos países (Suecia con el Estado de bienestar que gasta más a nivel público en todo el mundo, con más de una tercera parte de su PIB total en términos de bienestar, y EE.UU. está en el otro lado de la balanza, gasta menos del 16% de su PIB, menos de la mitad de Suecia), no es el número real de su gasto en bienestar. Primero: mucho de lo que llamamos gasto público le es devuelto al Ministerio de Economía y Finanzas en términos de impuestos. Lo que no vemos a nivel de gasto público son las subvenciones fiscales. Por ejemplo, los que tenéis hijos o una hipoteca en España recibís una subvención fiscal. Existen muchos tipos distintos de subvenciones fiscales. El más perverso de España es el tratamiento fiscal preferencial para los planes de pensión privados. Esto es gasto público pero si estás eliminando la fiscalidad, lo que haces es también subvencionar. Cuando corregimos esto, tenemos una cifra que tiene más sentido: el gasto público neto. Podemos ver que Suecia cae muchísimo, de repente ya no parece un peso pesado cómo antes y los EE.UU. empiezan a subir. Pero, evidentemente, si el Estado de bienestar no proporciona cuidado para los mayores, cuidado para los niños… existen dos opciones. O bien no tendremos ningún tipo de atención sanitaria (al fin y al cabo 40 millones de norteamericanos no están cubiertos por ningún tipo de cobertura sanitaria), lo tendrás que comprar tu mismo: vas a MAPFRE y compras una póliza o una mutualidad o un canguro para tus hijos o para tus mayores, lo pagas de tu bolsillo o quizá lo negocias con los sindicatos y los patronos. Pues bien, esto no queda reflejado en el gasto público y forma parte de éste. Simplemente, se llama gasto social privado. Cuando incluimos esto también en nuestro presupuesto, de repente, el gasto de Suecia, que empezó siendo 2,6 veces más que EE.UU., ahora sólo es 1,2 veces más que EE.UU. La realidad es que simplemente estamos transfiriendo dinero entre distintos bolsillos pero siempre es el mismo dinero. Lo importante aquí es la cantidad total del coste. Si decidiésemos que queremos ayuda domiciliaria para los mayores de España el día de mañana, esto costará más o menos lo mismo ya se haga privadamente o públicamente. Viene de nuestros bolsillos, a fin de cuentas. El presupuesto no es el gasto público sino la utilización de nuestro PIB. Y lo que es interesante realmente es cómo utilizamos nuestro PIB total. Si lo queremos, lo compramos, pero las consecuencias de distribución si el gasto se hace por el gobierno, o si se coloca en planes privados, o si viene de los bolsillos individuales de un ciudadano de a pie, o si la familia lo hace sin recibir un duro, son que, al fin y al cabo, acaba costando lo mismo. Esta lógica cambia completamente el diálogo entre los ciudadanos, la Generalitat y la Moncloa. Porque ahora La Moncloa ya no puede decir “no podemos permitírnoslo”, “no tenemos dinero”. El coste siempre será el mismo en cualquiera de los casos, por lo tanto, el debate debe tratar sobre las consecuencias en la distribución de una forma de financiación en comparación con otra forma de financiación. Regla número uno, por lo tanto.
Regla numero dos: necesitamos introducir el concepto de cuentas de inversión en sistemas de gasto social. No existe actualmente. Todo el gasto social es considerado cómo consumo. Si me como un perrito caliente es consumo, si tengo a una asistenta del hogar es un servicio. Asistencia sanitaria es servicio, lo que gastemos en gasto social se considera consumo, sin dividendo, eficiencia o sin amortización. ¿Esto tiene sentido?
Espero haberles convencido de que el abastecimiento de cuidados de elevada calidad para niños en edad preescolar es una inversión fantástica en nuestra futura productividad, en la capacidad de ganar ingresos a largo plazo por parte de las madres. Si las madres tienen que dejar de trabajar durante cinco años y luego vuelven a trabajar, en su vida acumulativa, tendrán, más o menos, un 30% o 40% de ingresos menos de los que hubiesen tenido si no hubiesen dejado de trabajar. Si invertimos en centros de cuidado para la infancia, para madres trabajadoras, es una inversión a largo plazo, puesto que dentro de 30 o 40 años tendrán más ingresos, un 30% o 40% de mayor fiscalidad, mayores ingresos de vía fiscal para el gobierno. Invertir en centros de atención diurna para la infancia hoy será compensado por los ingresos de las madres que pagan impuestos. Y tenemos necesidad de un sistema contable que determine no solamente el dividendo, la amortización de la inversión sino el hecho de que esta inversión se paga a largo plazo. En algún sentido, mucho de lo que se llama gasto social no debería ser colocado en la casilla tradicional contable. Tiene que ser considerado cómo en las empresas privadas que tienen cuentas de inversión de capital.
También necesitamos un sistema dinámico para reflexionar sobre nuestro gasto. Mi ejemplo del impacto a largo plazo de proporcionar centros de cuidado tiene un impacto a largo plazo en la dinámica de la vida de las mujeres. No solamente es visible en la dinámica de la vida del individuo y la familia del individuo sino también en la dinámica de la sociedad. La dinámica de los próximos 30 o 40 años dependerá muchísimo de si las mujeres continúan con su huelga de fecundidad o no. O de si continuarán interrumpiendo sus carreras cómo hacían sus madres. O si serán mujeres con una vida profesional continua. Esto dependerá de la dinámica de las vidas individuales y de cómo gestionemos nuestras políticas.

Gösta Esping-Andersen.
Catedrático de la Universidad Pompeu Fabra, Barcelona, y ponente en la Cumbre de Lisboa de jefes de Estado del 2000 sobre el Estado de bienestar.
Este artículo es la transcripción de la ponencia desarrollada por el autor en el encuentro “La participación de la sociedad en el Estado de bienestar del siglo XXI”, organizado por el “Forum Europa” los días 19, 20 y 21 de marzo del 2003 en el Centro de Cultura Contemporánea de Barcelona (CCCB) y patrocinado por la Diputación de Barcelona.

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