4.11.06

Crisis del arte

BABELIA - 04-11-2006
IVÁN DE LA NUEZ

El fin de la historia proclamado por Francis Fukuyama tuvo un antecedente muy notable y tal vez algo olvidado. Aún no se habían demolido el Muro ni las Torres Gemelas. Tampoco el terror era percibido como el enemigo de la modernidad. Un "honor" que, además de al comunismo que amenazaba desde el otro lado del telón de acero, le correspondía al arte, que era apuntado como lo más nocivo para la estabilidad de la sociedad occidental.
Ésa fue la idea que lanzó Daniel Bell en Las contradicciones culturales del capitalismo, un clásico desde el cual culpó a la expansión perniciosa del modo de vida cultural como el verdadero causante de la crisis moderna. Eran los tiempos del arte en un campo expandido, pero también de una red posterior de respuestas que bascularon desde las censuras de Jesse Helms hasta la crítica de Robert Hughes. Desde la mordacidad conservadora de Hilton Kramer hasta el desconsuelo de Harold Bloom ante la fractura del canon occidental.
Ese viaje de ida del arte ha tenido su retorno. Y una vez concluida la contaminación de otros ámbitos, ha sido inundado a su vez por contenidos provenientes de la ideología y la política, los intereses económicos y la ecología, los movimientos sociales y los intereses especulativos.
Todo ello con el aderezo de filosofías tan diversas como las de, entre otros, Foucault o Negri, Deleuze o Virilio, Said o Jameson, Rifkin o Beck, Lippard o Kristeva. Ha sido tal la amalgama de estos mundos que hoy es imposible repetir aquel dictum de Heidegger según el cual el arte y la filosofía residían "uno al lado de la otra sobre los montes más separados".
Como un bumerán, ese regreso ha pasado de ser peligroso a ser inocuo; en el riesgo que contiene la pérdida total de velocidad hasta completar el fin del trayecto en la arena. Ese punto muerto donde hoy nos encontramos descubre un círculo vicioso donde las complicidades del arte con los otros mundos son cada vez más abundantes que las polémicas.
Se da la paradoja de que el arte, en la misma medida en que se contamina de esas teorías, sufre un déficit de ideas sobre sí mismo que nos lleva, como en un loop, a una infinita apoteosis del ready made. Sólo que en lugar de los objetos -un orinal, una aspiradora- son los sujetos y sus causas los que terminan encapsuladas en el museo.
Quizá la crisis del arte se describa como el momento en que los hechos, después de ocurrir primero como tragedia y después como farsa (según la predicción de Marx), se han dispuesto ahora para una tercera posibilidad: suceder como arte. Imponerse, despojados de su peligrosidad, tan sólo como estética.
Después de este círculo vicioso, se intuye otra salida. Más que un mero ilustrador de las ideas de otros, los creadores deberían asumirse como productores de saber, acaso como intelectuales en la cultura visual del siglo XXI. El problema es que buena parte de los otros ámbitos que hoy son atravesados por el arte no parecen demasiado dispuestos a aceptar esta transformación. Ni todos los artistas están dotados para asumir el reto y actuar sin complejos como verdaderos intelectuales de la era de la imagen.

Iván de la Nuez es director del centro de arte Palau de la Virreina, en Barcelona, y autor del ensayo Fantasía roja (Debate).

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