11.11.06

Desfachatez Clerical


Juan Ignacio Ferreras
Publicat a: Política-Revista Republicana (Nº59)

Uno, a pesar de haber ido a un colegio de curas, tiene educación y procura esmerarse a la hora de criticar lo criticable, sobre todo si se trata de la iglesia católica y de sus ministros. Pero ocurre que los así respetados por los que tenemos educación, no suelen tenerla y ocurre lo que ocurre en el mundo de la comunicación y otras basuras.
Ante el escándalo de Gescartera, un obispo, creo que de Mondoñedo, sostuvo que el dinero no estaba para dejarlo en la mesilla de noche, defendiendo el que se le negociase, se le olvidó decir a su ilustrísima que los dineros clericales se iban a los paraísos fiscales para evadir impuestos, luego su ilustrísima y los suyos son unos defraudadores.
Al cardenal Carles le reclamó dos veces la justicia italiana para declarar sobre blanqueo de dinero, no se presentó, luego se puede opinar que blanqueó dinero, un estafador más.
Hace unos días el obispo de Ciudad Real sostuvo que el actual jefe de Gobierno era Calígula, así, como suena, lo que hace pensar que este estúpido purpurado ni conoce a Calígula ni tiene educación.
Escuchar la radio de los obispos es escuchar una serie de insultos y descalificaciones que van más allá de la crítica y se acercan a la ofensa personal. Los tribunales tendrían que intervenir. Pero nadie interviene, al contrario, ante una leve protesta de algunos prelados catalanes contra el anticatalanismo de la COPE, esta radio se ha afirmado en su posición y se ha vuelto más soez si cabe.
Desfachatez, por llamarla así, de una iglesia católica que se cree con derecho a insultar y parece estar segura de su impunidad. En Polonia, al menos, los obispos han decidido poner freno a la radio Maria, una hermanita de leche de nuestra emisora obispal.
Pero ¿de dónde viene esto que llamamos desfachatez, y que sólo es insulto, descalificación, injuria y ofensa? Se me ocurren varias respuestas, la primera consiste en pensar que la iglesia católica se encuentra algo así como acorralada y en decadencia, y que se defiende como sabe, y sólo sabe eliminar a sus enemigos, o buscar su eliminación.
Otra respuesta posible, la desfachatez viene de la tradicional falta de educación de los clérigos, educados en el privilegio y la soberbia, pero muy poco sensibles a los usos sociales de la tolerancia, y sin tolerancia, como es fácil de comprender, no puede haber ni elegancia ni buena educación.
El problema para estos cutres ensotanados, consiste en que uno, aunque educado, empieza a cansarse y ya cansado, se le ocurren frases como las siguientes:
No digáis obispo católico sino pedófilo recalcitrante y enmascarado.
No entreguéis vuestros hijos a la educación católica, pueden quedar traumados para toda la vida, incluso pueden llegar a tonsurados.
El dinero que nos obligan a pagar a la iglesia católica, va, efectivamente, a la iglesia católica que tiene muchos gastos. Uno de ellos el pagar a las mujeres que han tenido hijos de sacerdotes, y han recibir un estipendio por su silencio.
Si eres cristiana y quieres ser misionera, no seas misionera católica, te pueden violar los misioneros que así practican el llamado sexo seguro. En la misma Roma hay una casa casi hospital, para las misioneras violadas por los misioneros católicos.
Y así podría continuar, sin insultar, pero señalando lo que de más criticable tiene esta nada sagrada institución, aunque a veces, ante la desfachatez, uno está tentado de cultivarla también, y nada más fácil que el insulto y la injuria, señalar las jorobas del otro es casi un deporte nacional, pero, por favor ¿no podríamos discutir sin exabruptos? Nosotros puede ser que sí, pero no la clerigalla que continúa insultando a los partidarios del laicismo y defendiendo la labor “civilizadora” del último tirano que ensangrentó nuestra patria. Así, como suena. La clerigalla nacional no es ni siquiera exportable, nada más difícil para un profesor español que enseñar a un extranjero lo que fue un carlista, un cura trabucaire, un requeté, un político banquero opudeísta o un legionario de Cristo.
En fin, acabemos higiénicamente, y digamos que nos encontramos ante una lepra nacional que viene de lejos, se presenta en sarpullidos como iglesias, granos como seminarios y bubas como palacios arzobispales, y hay que curarse, hay que frotar y sobre todo hay que pensar.

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