Quisiera recomendar encarecidamente la lectura de “Cosmopolitismo. La ética en un mundo de extraños”, libro del profesor de Filosofía de la Universidad de Princeton Kwame Anthony Appiah.
En unos tiempos en que ante el imparable empuje de la Globalización, las comunidades marcan las diferencias las unas respecto de las otras y en el que los rancios y totalitarios nacionalismos de todo pelaje pugnan por realzar el poder de las propias identidades en desmedro de aquello que nos une y nos hace realmente humanos, el libro de Appiah es muy esclarecedor.
En esta obra, el autor nos propone recuperar el concepto filosófico del hombre como "ciudadano del mundo". Aquella enseñanza de los estoicos que movía al ser humano a no identificarse sólamente con su patria ni consideraba al resto de los humanos como "extranjeros".
El legado del ideal cosmopolita subyace claramente en las mismas raíces del pensamiento Humanista y de la Ilustración y en él deben buscarse las raices que hicieron posible logros morales como la Declaración de los Derechos del Hombre, el concepto de Ciudadanía o la propuesta kantiana de una “Liga de Naciones” que aparece en su fundamental ensayo “Sobre la Paz Perpetua”, donde aboga por establecer un ius cosmopoliticum como hoja de ruta para proteger al ser humano contra la guerra y fundamentar una ética y una moral basadas en el principio de la hospitalidad universal, lease Fraternidad.
Appiah sostiene que "el cosmopolitismo no debería ser visto como un logro sofisticado, ya que comienza por la sencilla idea de que en la comunidad humana, de la misma manera que en las comunidades nacionales, necesitamos desarrollar el hábito de la coexistencia: la conversación en su sentido más antiguo, la convivencia, la asociación".
“La conversación -las inevitables conversaciones entre quienes pueden no estar vinculados por el parentesco, la nacionalidad o el modo de vida- y la progresiva familiaridad con las diferencias son las herramientas para lograr ese "cosmopolitismo parcial", ese modo de pertenecer a la vez al lugar en el que estamos y a la comunidad humana que nos incluye.”
Como afirma Appiah “el cosmopolitismo es una aventura y un ideal. Sin embargo, no se puede respetar de cualquier manera la diversidad humana y esperar que todos se vuelvan cosmopolitas. Las obligaciones de quienes desean ejercer su legítima libertad de asociarse con la gente de su misma clase -de apartarse del resto del mundo, como lo hacen los amish en los Estados Unidos- son, ni más ni menos, las mismas obligaciones básicas que tenemos todos: hacer por los demás lo que exige la moral. No obstante, un mundo donde las comunidades se mantienen escindidas unas de otras ya no parece constituir una opción seria, si es que alguna vez lo fue. Y el camino de la segregación y el aislamiento siempre ha sido anómalo en nuestra especie perpetuamente viajera. El cosmopolitismo no es una tarea difícil: repudiarlo sí lo es.”
En unos tiempos en que ante el imparable empuje de la Globalización, las comunidades marcan las diferencias las unas respecto de las otras y en el que los rancios y totalitarios nacionalismos de todo pelaje pugnan por realzar el poder de las propias identidades en desmedro de aquello que nos une y nos hace realmente humanos, el libro de Appiah es muy esclarecedor.
En esta obra, el autor nos propone recuperar el concepto filosófico del hombre como "ciudadano del mundo". Aquella enseñanza de los estoicos que movía al ser humano a no identificarse sólamente con su patria ni consideraba al resto de los humanos como "extranjeros".
El legado del ideal cosmopolita subyace claramente en las mismas raíces del pensamiento Humanista y de la Ilustración y en él deben buscarse las raices que hicieron posible logros morales como la Declaración de los Derechos del Hombre, el concepto de Ciudadanía o la propuesta kantiana de una “Liga de Naciones” que aparece en su fundamental ensayo “Sobre la Paz Perpetua”, donde aboga por establecer un ius cosmopoliticum como hoja de ruta para proteger al ser humano contra la guerra y fundamentar una ética y una moral basadas en el principio de la hospitalidad universal, lease Fraternidad.
Appiah sostiene que "el cosmopolitismo no debería ser visto como un logro sofisticado, ya que comienza por la sencilla idea de que en la comunidad humana, de la misma manera que en las comunidades nacionales, necesitamos desarrollar el hábito de la coexistencia: la conversación en su sentido más antiguo, la convivencia, la asociación".
“La conversación -las inevitables conversaciones entre quienes pueden no estar vinculados por el parentesco, la nacionalidad o el modo de vida- y la progresiva familiaridad con las diferencias son las herramientas para lograr ese "cosmopolitismo parcial", ese modo de pertenecer a la vez al lugar en el que estamos y a la comunidad humana que nos incluye.”
Como afirma Appiah “el cosmopolitismo es una aventura y un ideal. Sin embargo, no se puede respetar de cualquier manera la diversidad humana y esperar que todos se vuelvan cosmopolitas. Las obligaciones de quienes desean ejercer su legítima libertad de asociarse con la gente de su misma clase -de apartarse del resto del mundo, como lo hacen los amish en los Estados Unidos- son, ni más ni menos, las mismas obligaciones básicas que tenemos todos: hacer por los demás lo que exige la moral. No obstante, un mundo donde las comunidades se mantienen escindidas unas de otras ya no parece constituir una opción seria, si es que alguna vez lo fue. Y el camino de la segregación y el aislamiento siempre ha sido anómalo en nuestra especie perpetuamente viajera. El cosmopolitismo no es una tarea difícil: repudiarlo sí lo es.”
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