26.4.13

HACIA LA INMORTALIDAD Y LA ETERNA JUVENTUD


El más desconocido de los hombres.

Así se describía Julio Verne a sí mismo, uno de los mayores enigmas literarios del siglo XIX y porque no decirlo, un misterio aún no desentrañado hoy en día.
Es difícil decir quien fue en realidad Julio Verne. Aquellos que hayan profundizado más en su vida y obra, nos dirán que fue un visionario, un profeta o un vidente, pero el Misterio Verne va, a mi modo de ver, muchísimo más allá.
Quiero centrarme en este post en el Verne desconocido.
En aquel que escribe, sobre todo al final de su vida, novelas crípticas y ciertamente visionarias, y así en 1898, casi con medio siglo de antelación y su conexión probada con Sociedades Iniciáticas.
Verne es famoso por mostrar en sus obras aparatos que aún no existían en su época y todo explicado e ilustrado con gran precisión.
Es evidente, que Verne, fue capaz de saltar las barreras del tiempo y quizás, buceando en las claves de la obra de H.G.Wells podríamos encontrar una pista que nos lleve a la respuesta al enigma.
En "20.000 leguas de viaje submarino" (1870), el Nautilus, es muy similar al primer submarino atómico construido por EE.UU en 1955. 
En dicha obra, su conocimiento sobre las criaturas marinas, cetáceos y diferentes especies de peces, aún desconocidas o creídas ya extinguidas, se han demostrado con la tecnología actual, que aún existen.
En su obra “Ante a la bandera“, (1896), Verne escribe; “este aparato estallaba, y su acción sobre las capas atmosféricas, era tan enorme, que toda construcción, ya fuera una fortaleza o un buque de guerra, debía quedar aniquilado dentro de una zona de 10.000 m2″, haciendo una clara referencia a la bomba atómica.
En “La Caza del Meteoro“ (1898), Verne avisa sobre el peligro y las consecuencias de la caída de un meteorito en la Tierra. En esa época, nadie imaginaba ni creía lo que Verne trataba de decir. Diez años más tarde,  sucedió el Evento de Tunguska, donde un meteoro de 80 metros de longitud arrasó toda aquella zona de Siberia.
En “Los Quinientos Millones de Begún" (1879), Verne nos anticipa el advenimiento del nazismo y la puesta en órbita de satélites artificiales.
En 1994 apareció una novela inédita de Verne escrita en 1863: París en el Siglo XX. Verne sitúa la trama de la novela en el futuro, exactamente un siglo después.
En este libro, Verne nos predice que en 1963 toda una red de trenes subterráneos discurrirá por la capital francesa. Nos habla también del fax, de las calculadoras y de internet, incluso de la silla eléctrica, también de coches que se mueven gracias a motores de explosión, o de una red eléctrica de alumbrado público que hará de la ciudad del Sena un bello espectáculo. Pero hay más: Verne sitúa un gigantesco faro en París, cerca del Sena, casualmente en el lugar en donde se encuentra ese faro está hoy la Torre Eiffel, cuyo proyecto de construcción no empezó a esbozarse hasta 20 años después de que concluyera su insólita y hasta ahora casi inédita novela.
Pero si hay una obra visionaria, inmortal y anticipatoria en Verne, esta es De la Tierra a la Luna.
En el libro, que forma parte de la saga "Viajes Extraordinarios", Verne escribió que, desde Cabo Town, (Florida), un gran cañón lanza un enorme proyectil a la Luna.
Las dimensiones y el peso imaginado por Verne para esa “bala”, eran prácticamente las mismas que las del Apolo XI, lanzado desde el Cabo Cañaveral (muy cerca de Cabo Town), 104 años después. Esa “bala” se llamaba Columbiad, llevando tres astronautas a bordo, igual que sucedió con el módulo Columbia de la misión Apolo. Verne decía que, dicho lanzamiento, sería observado por un gran telescopio situado en las Montañas Rocosas, como así ocurrió.
Los sistemas de regeneración del oxígeno, la comida deshidratada, el tiempo empleado en llegar a la Luna, el lugar del Océano Pacífico donde amerizó el módulo Columbia, con sus tres astronautas Aldrin, Collin y Amstrong (en un mar de 162.000.000 km2), fueron descritos de forma demasiado precisa para considerarlo una casualidad, y el lugar exacto solo difería en 4 millas de la situación descrita por Verne.
Fijó la velocidad de escape en 11.000m/s (velocidad mínima con la que debe lanzarse un cuerpo para que escape de la atracción gravitatoria de la Tierra o de cualquier otro astro), cuando la cifra real son 11.200 m/s (aprox. 40.320 km/h), en el caso del planeta Tierra.
¿Cómo es posible que Verne conociera con tanta precisión todas estas  cifras?
¿Era Julio Verne vidente?
Él aseguraba que no y siempre dijo lo mismo: “Yo lo único que hice fue documentarme muy bien, saber cómo era el espíritu de mi época, saber cómo eran los hombres de mi época, lo que pensaban, lo que querían hacer, y yo lo único que tuve que hacer es escribir eso, y lo plasme en un papel, y eso es lo que contaba… “.
Según se sabe, los fundamentos técnicos de de sus libros estaban reflejados en sus archivos, formados por decenas de miles de fichas y miles de criptogramas, y es que según dicen, en sus obras, Verne, incluyo numerosos mensajes cifrados, pero lo cierto es que sus fichas, sus secretos, en definitiva… todos sus archivos; los quemó poco antes de morir…
La estrecha relación de Verne con iniciados y esoteristas franceses del siglo XIX está hoy en día bien probada y su estudio es clave para desentrañar su misterio.
Incluso se ha averiguado el nombre del grupo oculto del que Verne formó parte: la  Sociedad de la Niebla.
Como nos cuenta el escritor especialista en sociedades iniciáticas y esoterismo, Michel Lamy, que en su libro "The Secret Message of Jules Verne: Decoding His Masonic, Rosicrucian, and Occult Writings": "Fue investigando la vida de Verne como llegué a encontrarme, por primera vez, con una sociedad secreta conocida como “la Niebla” o “Sociedad Angélica” a la que éste estuvo vinculado durante buena parte de su vida. Observando la evolución de las obras de Verne vi claramente cómo él fue orientando progresivamente sus novelas hacia temas más propios de grupos como la francmasonería, la Golden Dawn o los rosacruces, así que deduje que debía estar afiliado a alguna clase de grupo en Francia que le hubiera iniciado en todos esos temas".
En su investigación, Lamy descubre que esta sociedad había pasado por diferentes etapas desde que fuera fundada en el siglo XVI por un impresor de Lyon apodado Gryphe, quien (según comenta el esoterista Grasset d'Orcet) tomó su pseudónimo de una antigua sociedad griega llamada 'Néphès' y que significa niebla.
A la Sociedad de la Niebla habrían pertenecido renombrados escritores, artistas e intelectuales como Alejandro Dumas, George Sand, Gerard de Nerval o Eugene Delacroix así como otros tantos influyentes personajes de la escena cultural y social de la Francia del siglo XIX.
Desde un punto de vista estrictamente histórico, y dejando aparte otras consideraciones apuntadas por Lamy, parece que la ideología que alimentó la Sociedad de la Niebla fue tomada de la Francmasonería y que su objetivo principal fue el de llegar a conocer al Principio Universal estudiando la naturaleza y sus leyes, tal y como sostienen los Masones, los Gnósticos y los Rosacruces.
Pero hay más: una de sus principales fuentes de inspiración hay que buscarla en una sociedad fundada en el siglo XVIII por Adam Weishaupt y que recibió el nombre de los Iluminados de Baviera.
George Sand, sin ir más lejos, habla de una 'Secta de los Invisibles' en novelas como Consuelo y La Condesa de Rudolstadt, asegurando que está formada por "los instigadores de todas las revoluciones; están en las cortes, dirigen todas las cosas, deciden la guerra o la paz, castigan a los perversos y hacen temblar a los reyes en sus tronos". Curiosamente la protagonista de Consuelo será iniciada por esos Invisibles que defienden los ideales de Libertad, Fraternidad e Igualdad. Los tres pilares de la Francmasonería.
¿Mera coincidencia?
Los Invisibles de Sand, son aquellos iniciados que persiguieron desde sus inicios infiltrarse en sociedades literarias y enciclopedistas  para inculcar en los creadores de la cultura y del pensamiento de aquel entonces sus ideales de cambio social.
En aquella época florecieron en Europa discretos colectivos de pensadores, místicos y políticos que propiciaron la emergencia de revolución silenciosa y que llevó a grupos de ese corte, como la Golden Dawn en Inglaterra o la Sociedad Teosófica en la India, a transformar el statu-quo y propiciar movimientos de emancipación intelectual, primero y de transformaciones políticas profundas, después.
La Sociedad de la Niebla es, en consecuencia, producto de ese afán revolucionario cuya ideología e influencia hay que rastrear tras un curioso texto renacentista titulado El Sueño de Polifilo (Hypnerotomachia Poliphili), que se atribuye a un monje dominico italiano del siglo XV llamado Francesco Colonna.
Se trata de un denso volumen dividido en dieciocho capítulos y en el que se enmascaran con todo tipo de argucias los amores profanos entre Colonna e Hipólita, donde se oculta una rara hermosura y un apasionado anhelo de perfección, sabiduría y belleza absolutas, bajo el signo del Amor.
La reputación que tuvo en su época como libro erótico por un lado, y su fama de texto ilegible por otro, condenaron este texto casi al olvido del público en general aunque, según se desprende de un artículo que en 1881 publicó el antes aludido Grasset d'Orcet en la Revue Britannique, gracias a La Niebla se rehabilitó este texto influyendo en aquella primera fase de la Sociedad a escritores como Miguel de Cervantes, Dante o Goethe y a otros artistas del Renacimiento que a lo largo de toda Francia e Italia diseñaron jardines (como los de Versalles en Francia, Bomarzo en Italia y el de la Isla en Aranjuez, España) cargados de símbolos extraídos de El Sueño de Polifilo.
Pero si las vinculaciones con la Niebla y con el texto en clave de Colonna son relativamente fáciles de rastrear en sus primeros momentos de influencia, entre los siglos XVI y XVIII, éstas resultan tantas o más evidentes en la Francia del siglo XIX.
Probablemente fue Alejandro Dumas padre quien reavivó la llama de la Sociedad de la Niebla al publicar en 1839 su novela El capitán Panfilo (de Pan que, como Poli, significa todo y Filo, hijo) y que describe las conversaciones que este nuevo Polifilo sostiene con la élite artística de París.
Y en este punto, nos damos cuenta de que Verne ya nos dejó las principales pistas de su pertenencia a La Niebla en sus escritos: el protagonista de una de sus más inmortales obras; La vuelta al mundo en ochenta días, se llama Phileas Fogg.  
Etimológicamente, Poliphili es el equivalente de Phileas, y Fog en inglés, significa niebla. Phileas Fogg es un personaje de la Orden Rosacruz y de la Sociedad de la Niebla. El lugar de encuentro y reunión de Phileas Fogg, llamado el Reform Club, contiene nuevamente las iniciales R+C (Rosa Cruz) y en su escudo, se puede observar la cruz y la rosa.
En la vinculación de Verne con la Sociedad de la Niebla, hay que destacar el papel clave jugado por Alejandro Dumas.
Siempre fue bien conocida la inclinación del Masón Dumas por el esoterismo, ya que contaba entre sus amistades con ocultistas tan conocidos como Papús o Eliphas Lévi e, incluso, en novelas suyas como Los Mohicanos de París no duda en evocar sociedades secretas políticas como la de los Carbonarios.
A pocos críticos literarios se les escapa que, además, fue Dumas quien (gracias a la mediación de d'Arpentigny, un famoso quiromántico de aquellos años) presentó al joven Julio Verne a su futuro editor Pierre-Jules Hetzel, masón que llegó a desempeñar cargos políticos de alto nivel y que incluso tuvo que exiliarse a Bélgica debido a sus ideas republicanas cuando Napoleón III llegó al poder en Francia.
El papel de Dumas y Hetzel en la trama de La Niebla es esencial. Mientras que Dumas captaba nuevos valores literarios y los iniciaba en la ideología progresista de la Sociedad iniciàtica, Hetzel editaba sus obras, las distribuía profusamente y les promocionaba a través de su revista.
Es sin duda una tesis arriesgada, pero no hay que olvidar que en torno a ambos se hicieron populares personajes de la vida cultural francesa como el anarquista, masón y fotógrafo Nadar (al que Verne inmortalizará como Ardan en su primera novela Cinco semanas en Globo), y cuyos retratos de los miembros de La Niebla forman parte por mérito propio de la protohistoria de la fotografía. 
Los lazos entre todos estos creadores son evidentes.
Probablemente fueron Dumas y Hetzel los responsables de muchas de esas relaciones y de la difusión de las claves de lectura de El Sueño de Polifilo entre autores franceses como el propio Nerval, quien inspiró algunas de sus obras (en especial una titulada Angelique) en el texto de Colonna.
También la antes aludida George Sand, pseudónimo que encubrió a la controvertida Aurore Dupin, se dejará influenciar por la Sociedad Angélica o de la Niebla utilizando para algunos de sus personajes fundamentales nombres como Ange en Spiridion y Angèle en Consuelo.
Rabelais, por su parte, se interesará abiertamente por El Sueño de Polifilo copiando en su libro Gargantúa algunos de los métodos empleados por Colonna para encubrir información sobre sus amores.
Sobre Rabelais existen suficientes evidencias que indican su pertenencia a la Rosa Cruz, además de a una extraña 'Sociedad Agla', que empleaba como emblema una "cifra de cuatro" como la que se cree que utilizaban los antiguos cátaros para reconocerse entre sí. En cualquier caso, Lamy cree que "Agla" no es sino otra forma más de definir a La Niebla.
De lo que no cabe duda es que los autores que hoy se vinculan a la Niebla transformaron el modo de pensar de millones de personas, moldeando su inconsciente y preparándolo para una nueva clase de sociedad que entonces apenas podía esbozarse. Verne influyó en muchas generaciones de jóvenes a sentirse fascinados por el progreso, mientras que las obras casi ocultistas de Nerval o de Dumas abrieron a sus lectores las puertas a vías de conocimiento heterodoxas, cuyas obras están cargadas de símbolos y claves que desafían a todo aquel que se asome a sus obras.
Verne murió el 24 de marzo de 1905 y sus restos fueron enterrados en Amiens.
El monumento funerario de Verne, encargado por el propio Verne a su amigo, el masón Albert Roze, está situado en el cementerio de La Madeleine (Amiens), es otro misterio que plasma perfectamente al Verne mágico, secreto, esotérico, iniciado e iniciador.
La tumba, esculpida en piedra y mármol, presenta a un hombre emergiendo del interior de la tierra y dirigiéndose al cielo: el propio Julio Verne.
Una rama de palmera, símbolo de la inmortalidad del “Phoenix” que resurge de sus cenizas; el “Etz Hajaím” o Árbol de la vida de los kabalistas.
Una estrella de seis puntas flotando sobre la palmera: la unión del fuego celeste y el agua para la reconstrucción interior, en palabras de Mario Satz, y que los cabalistas llaman “shamaim”.
Una cruz inscrita en un círculo, que alude a la “cuadratura del círculo”: el opus alquímico completo, acabado y realizado.
Una rama de olivo: “la paz del justo” (una versión bíblica del laurel olímpico).
Una lápida sepulcral pentagonal sobre las espaldas de ese Verne de mármol que ‘renace” de la tierra.
Una losa pitagórica, que nos recuerda la “salud microcósmica”. La propia leyenda funeraria, con cinco de sus letras “especial y estratégicamente” destacadas sobre el resto: “J”, “L”, “V”, “R” y “E” y que los expertos en cábala y numerología han descifrado como una “pista” más que nos habla de “resurrección”.
Una mano derecha alzada hacia el Oeste, con una muy específica posición de sus dedos (uno-tres-uno). Un rostro igualmente orientado hacia el oeste, hacia el rojo alquímico, hacia el “renacimiento”. Una mano izquierda firmemente asentada en la tierra. Un sudario que cubre la cabeza de este Verne “que no ha muerto”. Los siete abetos, formando un semicírculo, que guardan la tumba por su cara Este.
En el solsticio de verano, la sombra de la mano alzada, proyectada por el sol, oculta las dos cifras del año de su muerte, y las dos cifras del año de su nacimiento. 
Es un Julio Verne hacia la inmortalidad, hacia la eterna juventud.

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