27.9.09

DE la anunicada subida de impuestos o de como quedarse a medias



Ayer el Consejo de Ministros aprobó el paquete de medidas fiscales que el Gobierno ha impulsado tras una larga polémica y una estrategia de comunicación del Ejecutivo que se me antoja un tanto errática, indefinida y un tanto torpe.
Desde la izquierda, me sorprende que algunas voces del gobierno socialista hayan expresado repetidamente su satisfacción de que España sea el país que tenga una de las presiones fiscales más bajas de la Unión Europea.
Esto, que sería un clásico en un partido de corte liberal, pero desde una perspectiva socialdemócrata, me parece un tanto sorprendente, ya que la socialdemocracia en Europa se ha caracterizado, precisamente, por haber aumentado la presión fiscal con el fin de expandir y enriquecer las transferencias y los servicios públicos del estado de bienestar que contribuyen a enriquecer la calidad de vida de toda la ciudadanía y reducir las desigualdades sociales mediante un desarrollo del gasto público.
Esto ha sido así en los países con un menor índice de desigualdad una media en torno al 30%, y donde su carga fiscal representa un 52% del PIB. No es casual, sino todo lo contrario que en estos países, sus economías presenten una mayor eficiencia y unas menores tasas de desempleo, que se encuentran entre las más bajas de la UE y la OCDE.
Por el contrario, en los países con una menor carga fiscal y menor gastos público, las desigualdades sociales y el paro son mayores.
España, que se encuentra entre estos últimos, continúa teniendo uno de los estados del bienestar menos desarrollados de la UE, e incluso de la UE-15.
La subida de impuestos anunciada por el Gobierno Zapatero, se mostraba pues como una acción de corrección de esta tendencia enmarcada en la política de aumento del gasto público que ha afrontado el gabinete desde ámbitos distintos en los últimos meses y que han tenido, un efecto positivo, aunque insuficiente, en la desaceleración de la crisis.
La cuestión es clara. Los impuestos son una estrategia de reducción de las desigualdades y de impulso para el aumento de la financiación del gasto social y por tanto, su contribución a la salida de la crisis y a la creación de empleo es positiva.
No obstante, en la subida de impuestos anunciada por el gobierno hay elementos contradictorios y una cierta sensación de temor a hacer lo que se debe hacer.
La supresión de la promesa electoral de una deducción de los 400 € del IRPF, perjudica a las rentas medias y bajas, aunque es cierto que su planteamiento fue erróneo desde una óptica de fiscalidad progresiva al igualar en la deducción a todos los contribuyentes, fuera cual fuera su renta.
La subida anunciada del IVA del 16% al 18% en el tipo general y del 7% al 8%, es por su parte una medida fiscal de corte conservador, ya que afecta al consumo con independencia de la renta. Está claro que es la medida más fácil de tomar aunque no se si la más oportuna en unos momentos en que lo que se necesita es incentivar el consumo para reactivar la economía en un momento de recesión.
La promesa de mantener intacto el tipo del 4% que se aplica a productos básicos es positivo aunque habría que haberse aprovechado la oportunidad para incluir en este tipo hechos imponibles que hubiesen dado a la subida del IVA un sesgo más social.
Es positivo el anuncio de una rebaja fiscal que beneficia a las empresas. Se trata de una reducción de cinco puntos (del 25% al 20%) en el impuesto de sociedades para las pequeñas y medianas empresas que mantengan el empleo o lo incrementen.
Para acogerse a esta reducción, deberán tener menos de 25 trabajadores y facturar un máximo de 5 millones de euros. Asimismo se anuncia que se articulará una medida similar en el IRPF para los autónomos.
¿Y que pasa con las rentas más altas?. ¿Qué medidas prevé el gobierno para redistribuir la renta de los más ricos hacia una reducción de las desigualdades?
Pues bien, la única novedad que se atiene claramente al principio de que las rentas altas hacen el mayor esfuerzo corresponde a la tributación del capital.
Este impuesto recupera cierta progresividad respecto a los cambios introducidos en 2007, pues quienes declaren rendimientos del ahorro inferiores a 6.000 euros (el 94% de los contribuyentes con rentas del capital, según los datos de Hacienda) pagarán desde 2010 un 19%, frente al 18% actual. Para los de mayores ingresos, la subida llegará al 21%. La incidencia de esta medida será escasa ya que esos cambios elevarán la recaudación sólo 800 millones de euros.
Por lo pronto eso es lo que hay.
Pienso que el Gobierno, en tiempos de crisis tiene que pedir un esfuerzo adicional a los más ricos (hago mías las palabras del Presidente y de los altos dirigentes del PSOE) aunque por lo que se ve, la subida anunciada de impuestos es un pack en el que el impacto mayor se lo llevarán las rentas medias y bajas y donde la asignatura pendiente de la reducción de la desigualdad vía progresividad fiscal, es parcial, se enfrenta con poca valentía política y deja indemnes, o casi, a las rentas más altas.
Como dijo en su día el Presidente Franklin D. Roosevelt, “hasta ahora sabíamos que la excesiva acumulación de riqueza, resultado de la avaricia, era un mal moral. Ahora sabemos que es también un mal económico”.
Una oportunidad perdida en la que el Gobierno ha demostrado tener una escasa cintura socialdemócrata, la única alternativa, tras el palmario y rotundo fracaso de las recetas neoliberales (causantes únicas del desastre en el que nos encontramos), para salir de esta crisis.

22.9.09

Malditos Bastardos





El domingo pasado, en medio de una lluvia torrencial, fuimos a ver Malditos Bastardos, la última peli del Tarantino.
Debo decir que mi ánimo no era en exceso entusiasta y después de hacer cola bajo la lluvia un buen rato y sin paraguas, mi humor estaba para pocas hostias, pero tras la proyección, a Dior pongo por testigo que flipé y Yo Confieso que si el proyeccionista hubiera caído fulminado por un coma etílico y la hubiera pasado otra vez el muy bendito, me la habría tragado de nuevo, enterita, toda ella.
Si Pulp Fiction me dejó frío, si Jackie Brown me pareció pasable, si Reservoir Dogs se me antojó bien llevada (alabado sea el Cine Negro!) y si Kill Bill me divirtió (los comics son mi debilidad…), Malditos bastardos, me dejó pasmado, estupefacto, absolutamente incapaz de reaccionar y sin posibilidades de racionalizar mínimamente la hemorragia de genialidad que estaba viendo.
Malditos bastardos es el mejor ejemplo de que Tarantino es un absoluto genio freaky que hace y deshace lo que le sale de los cojones y llega al súmmum surrealista hasta permitirse la licencia de pasarse la Historia por el forro.
La utilización de la música, 10 sobre 10.
Pasando de todo, el tio nos mete la música del film El Álamo (de la versión de John Wayne), las sintonías más melifluas y almibaradas de Ennio Morricone y hasta una canción de David Bowie escrita para la versión de Cat People, en el contexto de un film sobre la ocupación nazi de Francia y la actuación de un genial grupo de élite mata-nazis formado por judíos americanos y un soldado alemán psicópata, encabezados por el pirado teniente Aldo Raine, un genial Brad Pitt, que se dedican a cortar las cabelleras de los nazis que liquidan, así, a la usanza apache.
Con una enorme cantidad de guiños, como el de que uno de los soldados de Raine se llame Hugo Stiglitz (director de series Z europeas), o que el cabo alemán, héroe de guerra se apellide Wicki (como Bernhard Wicki, responsable de unos cuantos filmes bélicos con pretensiones), que la protagonista femenina, la joven judia Shoshanah se haga llamar Mimieux (como la olvidada actriz Yvette Mimieux) y que en pleno delirio, uno de los miembros de la patrulla judeo-apache se haga pasar por Antonio Margheriti, un realizador todoterreno del cine europeo de los 50 y 60.
Detalles como el del soldado que incorpora el director Eli Roth (protegido de Tarantino en Hostel) destrozando cabezas nazis con un bate de béisbol o las reflexiones del mamonazo del héroe nacional del ejército alemán, el soldado-actor interpretado por Daniel Brühl, en torno a Max Linder y Charles Chaplin, no tienen pérdida.
Y por cierto, el actor Christoph Waltz, que protagoniza al pérfido, sádico e irónico hasta el vómito oficial de las SS Hans Landa, marca la pauta en toda la peli, desde el principio, con la pavorosa escena de la conversación entre el nazi y el campesino francés que tiene escondida en el sótano de su casa a una familia judía hasta el mismísimo final. Un actorazo de cojones!
Ah! y la escena de la venganza judía en el cine cuenta con una imagen poderosísima: la del rostro de mujer que cobra fantasmal vida emergiendo de una pantalla cinematográfica devorada por el fuego. Pura orgía de expresionismo alemán!. Bendito Sea!
En fin, que Malditos bastardos no tiene pérdida, vamos!
Es una absoluta y surrealista genialidad y es pecado mortal no ir a verla.

20.9.09

Viajeros románticos a Oriente: Delacroix, Flaubert y Nerval


Article d'Isidoro Reguera (El País: 19/9/2009)

Los escritos de viajeros ilustrados del siglo XVIII son prototipos de descripción analítica de hechos observados. Los de los románticos del XIX, de narración de una experiencia interior, tanto más fuerte si la provoca algo exótico: un curioso encuentro consigo mismo en la exterioridad y la diferencia; recolecciones egocéntricas de experiencias en busca de inspiración. Si a alguien, a pesar de su innegable interés, le resultan a veces un tanto embarazosas las efusiones íntimas de la literatura romántica de viajes, este libro le ayuda a sobrellevarlo.
Un libro sabio e inteligente, de agradable y provechosa lectura además.
¿Por qué?
Primero, porque obviando razonadamente a los pioneros y clásicos en la materia, Chateaubriand o Lamartine, elige muy bien los ejemplos de su análisis, todos ellos personalidades geniales, muy diferentes y características: Delacroix, el color "dantesco" del romanticismo; Flaubert, el gran "educador" crítico de la burguesía anodina, y Nerval, el "desdichado" vagabundo entre vida y sueño. Todos abren futuro: impresionismo, realismo, surrealismo. Y presentan diferentes modalidades de viaje, y narración suya: diario, correspondencia, novela, reportajes periodísticos y recopilación literaria de ellos.
Segundo, porque enmarca viajeros y viajes, dentro de un contexto académico culto y sugestivo, en lo que hoy se llama "historia cultural", menos canónica y convencional, más real y efectiva para acceder al supuesto "espíritu" de una época que la acostumbrada.
El hilo conductor es el enfrentamiento a la posición ilustrada o la polémica con el clasicismo en la búsqueda de nuevas formas, cuestión que abre Delacroix y siguen Flaubert y Nerval. Y los criterios de análisis giran en torno a tres conceptos ya de por sí atractivos: Viaje, Oriente y Romanticismo, cuya dialéctica resulta, además, brillante y esclarecedora.
El Romanticismo, como un sueño melancólico que, ligado al pasado y al mito, imagina, sin embargo, revolucionariamente el futuro desde esa melancolía.
Oriente: uno de los lugares privilegiados en el que se perfila la mirada ensoñada e idealizada del romanticismo; ese Oriente, del que, mucho antes, en 1160, otra visionaria, Hildegard von Bingen, decía en Tréveris "que ilumina al mundo entero y que es como el espejo de la luz".
Y el Viaje mismo, que, incluso como metáfora, está en el centro de lo romántico: desde la orilla del mar friedrichtiano la mirada romántica se fija y expande en las nubes. Detrás de ellas queda Oriente. Sólo hay que salvarse del naufragio.