20.9.09

Viajeros románticos a Oriente: Delacroix, Flaubert y Nerval


Article d'Isidoro Reguera (El País: 19/9/2009)

Los escritos de viajeros ilustrados del siglo XVIII son prototipos de descripción analítica de hechos observados. Los de los románticos del XIX, de narración de una experiencia interior, tanto más fuerte si la provoca algo exótico: un curioso encuentro consigo mismo en la exterioridad y la diferencia; recolecciones egocéntricas de experiencias en busca de inspiración. Si a alguien, a pesar de su innegable interés, le resultan a veces un tanto embarazosas las efusiones íntimas de la literatura romántica de viajes, este libro le ayuda a sobrellevarlo.
Un libro sabio e inteligente, de agradable y provechosa lectura además.
¿Por qué?
Primero, porque obviando razonadamente a los pioneros y clásicos en la materia, Chateaubriand o Lamartine, elige muy bien los ejemplos de su análisis, todos ellos personalidades geniales, muy diferentes y características: Delacroix, el color "dantesco" del romanticismo; Flaubert, el gran "educador" crítico de la burguesía anodina, y Nerval, el "desdichado" vagabundo entre vida y sueño. Todos abren futuro: impresionismo, realismo, surrealismo. Y presentan diferentes modalidades de viaje, y narración suya: diario, correspondencia, novela, reportajes periodísticos y recopilación literaria de ellos.
Segundo, porque enmarca viajeros y viajes, dentro de un contexto académico culto y sugestivo, en lo que hoy se llama "historia cultural", menos canónica y convencional, más real y efectiva para acceder al supuesto "espíritu" de una época que la acostumbrada.
El hilo conductor es el enfrentamiento a la posición ilustrada o la polémica con el clasicismo en la búsqueda de nuevas formas, cuestión que abre Delacroix y siguen Flaubert y Nerval. Y los criterios de análisis giran en torno a tres conceptos ya de por sí atractivos: Viaje, Oriente y Romanticismo, cuya dialéctica resulta, además, brillante y esclarecedora.
El Romanticismo, como un sueño melancólico que, ligado al pasado y al mito, imagina, sin embargo, revolucionariamente el futuro desde esa melancolía.
Oriente: uno de los lugares privilegiados en el que se perfila la mirada ensoñada e idealizada del romanticismo; ese Oriente, del que, mucho antes, en 1160, otra visionaria, Hildegard von Bingen, decía en Tréveris "que ilumina al mundo entero y que es como el espejo de la luz".
Y el Viaje mismo, que, incluso como metáfora, está en el centro de lo romántico: desde la orilla del mar friedrichtiano la mirada romántica se fija y expande en las nubes. Detrás de ellas queda Oriente. Sólo hay que salvarse del naufragio.

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