Desde que hace ya muchos años cayó en mis manos el artículo de mi admirado Edgar Allan Poe sobre el autómata jugador de ajedrez de Von Kempelen, "Maezel’s chess-player" (1836) y el relato que sobre el mismo tema escribió E.T.A Hoffman, me he sentido enormemente fascinado por la inquietante magia de la ciencia que se esconde bajo el mundo de los autómatas por todo lo que en su esencia prometeica expresan la voluntad del ser humano de arrebatar el monopolio dador de vida a los celosos dioses.
Los autómatas son, para definirlos de algún modo,
ingenios que, a través de medios mecánicos, hidráulicos, neumáticos,
eléctricos o electrónicos, imitan la figura y los movimientos de un ser
animado. Ellos, desde siempre, nos han acompañado y se han desarrollado en
paralelo a nuestra evolución histórica.
Históricamente los primeros autómatas de los que
tenemos constancia, se remontan al Antiguo Egipto donde las estatuas de algunos
de sus dioses o reyes despedían fuego de sus ojos, como fue el caso de una
estatua de Osiris, otras poseían brazos mecánicos operados por los sacerdotes
del templo. Otras, como la de Memon de Etiopía emitían sonidos cuando los rayos
del sol los iluminaba consiguiendo, de este modo, causar el temor y el respeto
a todo aquel que las contemplaba.
Esta finalidad religiosa del autómata continuará
hasta la Grecia clásica donde existían estatuas con movimiento gracias a las
energías hidráulicas.
Esos nuevos conocimientos quedan plasmados en el
primer libro que trata la figura de los robots "Autómata" (año 62) escrita por
Herón de Alejandría (10 d.C -70 d.C) donde explica la creación de mecanismos,
muchos basados en los principios de Philon o Arquímedes, realizados
fundamentalmente como motivo de entretenimiento y que imitaban el movimiento,
tales como aves que gorjean, vuelan y beben, estatuas que sirven vino o puertas
automáticas todas producidas por el movimiento del agua, la gravedad o sistemas
de palancas.
Aunque, como ya se ha dicho, Herón es el primero en
recopilar datos sobre los autómatas otros anteriores a él realizaron sus
aportaciones como es el caso de Archytas de Tarento (430 a.C- 360 a.C), inventor del tornillo
y la polea y famoso por su paloma mecánica capaz de volar gracias a vapor de
aire en propulsión.
En Roma existía la costumbre de hacer funcionar
juguetes automáticos para deleitar a los huéspedes. Entre el 220 y 200 a. C.,
Filon de Bizancio inventó un autómata acuático y la catapulta repetitiva.
En la Europa cristiana, al final de la Edad Media,
los autómatas ocupaban un lugar privilegiado en el recreo de la aristocracia y aparecían
también en los relojes públicos de las catedrales o concejos municipales. El
reloj del Medievo fue inicialmente una ambigua mezcla de representación y
seguimiento del cosmos, pero pronto le fueron añadidos elementos más bizarros,
tales como gallos que cantaban las horas, androides que golpeaban las campanas
o conjuntos de autómatas que desfilaban, saludaban o representaban pequeñas
historias a las horas principales o la Parca, que con su guadaña, nos recordaba
lo evanescente del tiempo que nos es dado.
Si hablamos de avances científicos y tecnológicos
debemos hablar del mundo árabe y de Al-Jazari (1260), uno de los más grandes
ingenieros de la historia e inventor del cigüeñal y los primeros relojes
mecánicos movidos por pesos y agua entre otros muchos inventos de control
automático.
El sabio Al-Jazari, estuvo muy interesado en el
universo de los autómatas escribiendo una obra del mismo llamada "El Libro
del Conocimiento de los Ingeniosos Mecanismos", texto considerado como una
de las obras más importantes de la historia de la tecnología. Al sabio árabe debemos
su complejo reloj elefante, animado por seres humanos y animales mecánicos que
se movían y marcaban las horas o un autómata con forma humana que servía
distintos tipos de bebidas.
En 1235, Villard d’Honnecourt escribe un libro de
esbozos que incluyen secciones de dispositivos mecánicos, como un ángel
autómata, e indicaciones para la construcción de figuras humanas y animales.
Otro ejemplo relevante de la época fue el Gallo de
Estrasburgo que funcionó desde 1352 hasta 1789. Este es el autómata más antiguo
que se conserva en la actualidad, formaba parte del reloj de la catedral de
Estrasburgo y al dar las horas movía el pico y las alas.
En este contexto histórico, cabe destacar la cabeza
con forma de hombre de Roger Bacon (1214-1294), hecha de latón y que podía
responder a preguntas sobre el futuro; la de Alberto Magno con forma de mujer o la cabeza parlante del Papa Silvestre II que respondía
aleatoriamente “sí” o “no” a las preguntas que se le hacían, entre otros .
La pasión humana por reproducir la vida, la encontramos no solo en Occidente sino en el misterioso Oriente que relataban los embajadores y viajeros medievales, que nos refieren autómatas del más variado pelaje, tales como árboles y pájaros, o en las lejanas Indias, donde hallamos casos extremos de naturaleza artificial.
La pasión humana por reproducir la vida, la encontramos no solo en Occidente sino en el misterioso Oriente que relataban los embajadores y viajeros medievales, que nos refieren autómatas del más variado pelaje, tales como árboles y pájaros, o en las lejanas Indias, donde hallamos casos extremos de naturaleza artificial.
Como refiere el cronista Garcilaso, existía en
Cuzco "un jardín de oro y plata en
el que havía muchas yervas y flores de diversas suertes, muchas plantas
menores, muchos árboles mayores, muchos animales chicos y grandes mariposas y
pájaros y otras aves mayores del aire, cada cosa puesta en el lugar que más al
propio contrahiziesse a la natural que remedava. Havía también un gran maizal y
árboles frutales con su fruta toda de oro y plata, incluso leña y también
grandes figuras de hombres y mujeres y niños, vaziados de lo mismo, todo para
ornato y mayor majestad de la casa de su Dios el Sol".
Y en este repaso, llegamos al Renacimiento en el
que la mecánica, siguiendo los consejos de Vitruvio, tenía que constituir una
parte esencial en la formación de los artistas.
Artificios de diverso tipo se encuentran entre las
más famosas realizaciones de algunos de ellos, como el Paradiso de San Felice
diseñado por Brunelleschi para la Fiesta de la Anunciación en Florencia o, más
adelante, los ingenios de Leonardo Da Vinci para la Festa del Paradiso en la Corte milanesa de los Sforza
Señalar en este punto que el autómata frecuentemente
asumirá en los siglos XVI y posteriormente en el XVII, una particular idea de
armonía del mundo, una concordia de lo diverso, que vemos reflejada no solo en
las disquisiciones teóricas de la época sino también dentro de los jardines y
en las colecciones y gabinetes de príncipes, aristócratas e intelectuales. Conceptos
como lo fantástico, lo maravilloso, la delicia, son los más adecuados al arte
que predomina en las cortes europeas del siglo XVI, y es aquí donde las
máquinas inventadas por los sabios de Alejandría para disfrutar y maravillar
encuentran su mejor hábitat.
El genial Leonardo Da Vinci diseñó al menos dos
autómatas de los que se tenga constancia.
El primero se considera también uno de los primeros con forma completamente humana, vestido con una armadura medieval. y fue diseñado alrededor del año 1495, aunque como muchos otros inventos de Leonardo no fue construido. Este mecanismo fue reconstruido en la actualidad según los dibujos originales y podía mover los brazos, girar la cabeza y sentarse.
El primero se considera también uno de los primeros con forma completamente humana, vestido con una armadura medieval. y fue diseñado alrededor del año 1495, aunque como muchos otros inventos de Leonardo no fue construido. Este mecanismo fue reconstruido en la actualidad según los dibujos originales y podía mover los brazos, girar la cabeza y sentarse.
El segundo, mucho más ambicioso, se trataba de un
león mecánico construido petición de Francisco I, Rey de Francia (1515) para
facilitar las conversaciones de paz entre el rey francés y el papa León X. El
animal, mediante diversos trucos de artificio, anduvo de una habitación a otra
donde se encontraba el monarca, abrió su pecho y todos pudieron comprobar que
estaba lleno de lirios y otras flores, representado así un antiguo símbolo de
Florencia (el león) y la flor de lis que Luis XII regaló a la ciudad como señal
de amistad.
Juanelo Turriano, gran ingeniero del siglo XVI que
trabajó en España a las órdenes de Carlos V como relojero de la corte, fue el
inventor del “Artilugio de Juanelo” una obra de ingeniería capaz de llevar el
agua desde el Tajo al Alcázar de Toledo.
En esa ciudad se le atribuye la creación de un
autómata (entre otros muchos como danzarines, guerreros o pájaros voladores)
llamado “El Hombre de Palo” (del que queda constancia en el nombre de una calle
de Toledo), un sirviente autómata que recorría las calles pidiendo limosna para
su dueño haciendo una reverencia cuando la conseguía.
Más al norte, en su laboratorio de Nürenberg, en
1533, el erudito Johann Müller Regionamontano, supuestamente creó una mosca de hierro y un
águila artificial, las cuales, al igual que el escarabajo de madera creado por
el excepcional John Dee en 1543, podían volar.
La literatura nos dejará ejemplos fantásticos, pero
no menos artificiosos y casi tan sorprendentes son la multitud de fórmulas
intermedias entre naturaleza e invención, sofisticadas unas y extravagantes
otras, de los jardines reales, no imaginados, del Renacimiento y Barroco.
En las páginas del fascinante Sueño de Polifilo,
encontramos algunos de sus diseños más enrevesados y extravagantes. Toda la
novela es un viaje alegórico al centro de un enorme jardín laberinto, la isla
circular de Citerea y al mismo tiempo, con sus morosas descripciones, un
repertorio de fascinantes ideas que tendrán gran influencia en los jardines de
los siglos siguientes.
Encontramos en el Palacio de la reina Eleuterílida
un patio cubierto por una parra «de oro
cuyas hojas estaban hechas de espléndida esmeralda escita agradabilísima a los
ojos…», sus flores eran imperecederas, «de
zafiro y berilo y estaban distribuidas aquí y allá, y los frutos estaban
formados de gruesas piedras preciosas o en fingidos racimos de piedrecillas
amontonadas, perfectamente dispuestos entre las verdes hojas con gran
habilidad, de colorido semejante al natural»… y ve otros tres jardines
antes de continuar su marcha: en uno, las plantas «en lugar de ser naturales estaban hechas todas de purísimo vidrio»,
con sus troncos de oro y «hierbas de muchas clases, realizadas con admirable
ejercicio imitando de modo elegante a la naturaleza»; en el segundo «todo estaba maravillosamente realizado en
seda: los bojes y cipreses eran de seda, con los troncos y las ramas de oro y
gran cantidad de gemas diseminadas», el suelo era «de terciopelo verde, como si se tratara de un prado, y en su centro
había una pérgola (…) cubierta por las ramitas de oro de muchos rosales
floridos de seda, cuya materia casi juzgaba yo más aceptable por los sentidos
que la natural»; en el tercero se invierten los términos y es la naturaleza la
que oculta la obra del hombre: «todo era de ladrillo, bellísimamente cubierto
de verde yedra, de modo que no estaba a la vista el menor vestigio de las
paredes».
Con la entrada del Siglo de las Luces, se llega a
la que se considera la época donde mejores y más perfectos autómatas se
realizaron de la historia.
Su desarrollo, dominado por el carácter científico,
ponía de relieve la obsesión por intentar reproducir lo más fielmente posible
los movimientos y comportamientos de los seres vivos.
Jacques de Vaucanson, relojero de profesión y con amplios
conocimientos de música, anatomía y mecánica, quería demostrar mediante sus
autómatas la realización de principios biológicos básicos, tales como la
circulación, la digestión o la respiración. Sobre esta última función versó su
primera creación “El Flautista” figura con forma de pastor y de tamaño natural
que tocaba el tambor y la flauta con un variado repertorio musical.
Vaucanson lo presentó en la Academia de Ciencias
Francesa cosechando un gran éxito. Más tarde, en 1738, crea su segundo autómata
llamado “El Tamborilero” como una versión mejorada del primero. En esta ocasión
la figura tocaba la zampoña de Provenza y el tamboril con veinte melodías
distintas. El tercero y más famoso fue “El pato con aparato digestivo”
transparente y compuesto por más de cuatrocientas partes móviles y que batía
las alas, comía y realizaba completamente la digestión imitando al mínimo
detalle el comportamiento natural del ave.
Friedrich von Knauss (1724-1789) fue el creador de
uno de los primeros autómatas escritores. Esta compleja creación la formaba una
esfera sostenida por dos águilas de bronce, en ella la figura de una diosa
sirve de musa al autómata que con su largo brazo escribe en una hoja en blanco
lo que previamente se le ha ordenado realizar. El sistema de funcionamiento es
capaz de hacer que el autómata moje la pluma en el tintero para poder escribir,
y cuenta con un sistema para pasar la página cuando esta ha quedado escrita.
Posiblemente el mejor y más conocido creador de
autómatas de la historia. Pierre Jaquet-Droz suizo nacido en 1721 es el
responsable de los tres autómatas más complejos y famosos del siglo XVIII. Sus
tres obras maestras (La Pianista, El Dibujante y El Escritor) causaron asombro
en la época llegando a ser contemplados por reyes y emperadores tanto de Europa
como de China, India o Japón.
En este punto de transición hacia la Modernidad,
mención especial merecen los "jugadores de ajedrez", quizás el motivo
último que motiva este post.
Wolfgang von Kempelen fue creador de uno de los más
famosos autómatas de la historia. Hablamos de El Turco.
Creado en 1769, “El Turco” estaba formado por una
mesa donde estaba colocado un maniquí con forma humana vestido con ropajes
árabes. Una puerta en la parte frontal se abría y dejaba ver el supuesto
mecanismo de funcionamiento del autómata.
Este jugador fue una de las mayores atracciones de
la época ya que, según contaban, era invencible. Viajó a lo largo y ancho de
Europa aún después de la muerte de su creador, pasando a manos de Johan Maezel,
llegando a derrotar al mismísimo Napoleón Bonaparte en una partida de ajedrez
que tuvo lugar durante la campaña de la Batalla de Wagram.
Después de viajar por Estados Unidos aterriza en
Cuba donde muere William Schlumberger, ayudante de Maezel, y posible encargado
de introducirse dentro del autómata para jugar las partidas, ya que después de
esta muerte “El Turco” dejó de exhibirse hasta acabar destruido en 1845 en el
gran incendio de Filadelfia. Más tarde se dijo que, a lo largo de su historia,
el autómata había tenido varios operadores que movían el mecanismo gracias a un
tablero de ajedrez secundario. Cada pieza del tablero principal contenía un
imán, así el operador podía saber que pieza había sido movida y dónde. El
operador hacía su movimiento mediante un mecanismo que podía encajarse en el
tablero secundario, indicando al maniquí donde mover.
Según avanzamos hacia el siglo XX, los autómatas se
mezclan claramente con la tecnología.
Basados en los conocimientos del siglo XIX, los
autómatas de la civilización industrial estuvieron más guiados hacia el mundo
del espectáculo de masas que al del goce y la maravilla para unos cuantos.
Las figuras que realizaban pequeños trucos de magia
o la encantadora de serpientes de Roullet & Decamps, los escarceos con el
mundo de los autómatas de científicos como el genial Nikola Tesla y su robot
sumergible con mando a distancia o el autómata caminante de George Moore con
forma humana y movido por la fuerza del vapor que podía recorrer distancias a
casi 9 millas a la hora.
Incluso Thomas Alva Edison construyó en el año 1891
una muñeca que hablaba.
Tras la primera gran conflagración, la industria de
los autómatas desaparece y no renacerá hasta la llegada de los modernos robots
cuando la magia dejará paso a la más pura tecnología…o quizás no del todo…
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