Durante los últimos días la crueldad contra los animales, un hobby atávico en nuestro país, ha cobrado cuerpo en Alhaurín el Grande.
Se celebraban las fiestas populares de la localidad, y como en tantos y tantos lugares de nuestra geografia, correr delante de una vaquilla o un toro se ha convertido en una sádica tradición.
Tradición que en pleno siglo XXI esconde una forma pervertida y degenerada de entender lo que es valentía y diversión.
Lo ocurrido allí fue todavía más allá.
Decenas de jóvenes saltaron al ruedo y no se complacieron solo con correr delante del pobre animal, sino que lo golpearon, lo arrastraron, le dieron patadas. Lo lincharon.
Los energúmenos no se amilanaron cuando la vaquilla empezó a experimentar síntomas de sentir dolor y pavor. El animal quedó desorientado, arrastrándose, dando bandazos y sin sentido, en estado catatónico y murió allí mismo.
Fue un espectáculo horroroso para cualquier persona de bien y que solo puede complacer a los asesinos en serie, a los torturadores y a los sádicos.
Las imágenes han recorrido el mundo entero, dañando una vez más la imagen de España como una nación civilizada, ofreciendo de nosotros la visión de un país que se divierte torturando animales, gozando al ver su sufrimiento y que se excita al ver correr su sangre.
Las imágenes hablan por sí solas y en un momento determinado, los participantes en esta aberrante orgía de sangre y crueldad colocaron en los cuernos y el cuello del animal una bandera de España y otra de Andalucía, y con esta bandera atada la vaquilla se desplomó sin vida en medio del jolgorio popular y con banda de música incluída.
Y esta es la imagen deplorable y monstruosa que España ofreció al mundo entero.
Los descerebrados hijos de puta que participaron en este espectáculo abominable consideraban que colocar esta bandera sobre la pobre vaquilla moribunda era algo así como una seña de identidad española. Como una proeza que exaltaba su valor de machos.
Y esto no es justo porque la enorme mayoría de ciudadanos de este país rechazan las corridas de toros y siente asco y vergüenza cuando ve estas imágenes, pero la minoría de hijos de puta que en este país aun aprueba los espectáculos taurinos es todavía suficientemente poderosa y tiene desgraciadamente el apoyo de buena parte de las autoridades políticas (unos por convencimiento y otros por el temor a perder votos) y lo que es peor, tiene en la Monarquía a su aficionado más ilustre.
Ante esta tradición salvaje no valen excusas ni medias tintas.
Se celebraban las fiestas populares de la localidad, y como en tantos y tantos lugares de nuestra geografia, correr delante de una vaquilla o un toro se ha convertido en una sádica tradición.
Tradición que en pleno siglo XXI esconde una forma pervertida y degenerada de entender lo que es valentía y diversión.
Lo ocurrido allí fue todavía más allá.
Decenas de jóvenes saltaron al ruedo y no se complacieron solo con correr delante del pobre animal, sino que lo golpearon, lo arrastraron, le dieron patadas. Lo lincharon.
Los energúmenos no se amilanaron cuando la vaquilla empezó a experimentar síntomas de sentir dolor y pavor. El animal quedó desorientado, arrastrándose, dando bandazos y sin sentido, en estado catatónico y murió allí mismo.
Fue un espectáculo horroroso para cualquier persona de bien y que solo puede complacer a los asesinos en serie, a los torturadores y a los sádicos.
Las imágenes han recorrido el mundo entero, dañando una vez más la imagen de España como una nación civilizada, ofreciendo de nosotros la visión de un país que se divierte torturando animales, gozando al ver su sufrimiento y que se excita al ver correr su sangre.
Las imágenes hablan por sí solas y en un momento determinado, los participantes en esta aberrante orgía de sangre y crueldad colocaron en los cuernos y el cuello del animal una bandera de España y otra de Andalucía, y con esta bandera atada la vaquilla se desplomó sin vida en medio del jolgorio popular y con banda de música incluída.
Y esta es la imagen deplorable y monstruosa que España ofreció al mundo entero.
Los descerebrados hijos de puta que participaron en este espectáculo abominable consideraban que colocar esta bandera sobre la pobre vaquilla moribunda era algo así como una seña de identidad española. Como una proeza que exaltaba su valor de machos.
Y esto no es justo porque la enorme mayoría de ciudadanos de este país rechazan las corridas de toros y siente asco y vergüenza cuando ve estas imágenes, pero la minoría de hijos de puta que en este país aun aprueba los espectáculos taurinos es todavía suficientemente poderosa y tiene desgraciadamente el apoyo de buena parte de las autoridades políticas (unos por convencimiento y otros por el temor a perder votos) y lo que es peor, tiene en la Monarquía a su aficionado más ilustre.
Ante esta tradición salvaje no valen excusas ni medias tintas.
O se está con la civilización o se está con la barbarie y a los intelectuales que defienden el valor cultural de las corridas de toros les diría que podrían ampliar su argumentario en favor de la barbarie proponiendo que se restauren de nuevo en España los autos de fe de la Inquisición o los ajusticiamientos a garrote vil con merienda y baile incluido para los asistentes tras el espectáculo porque al fin y al cabo, forman también parte de la mejor tradición de la España Negra que, desgraciadamente, aún pervive en este miserable y degenerado país.
Lo ocurrido en Alhaurin el Grande, es una muestra de que la España del “Viva las Cadenas”, del “Que inventen ellos” y del “Muera la Inteligencia y Viva la Muerte” aún existe.
Hoy siento asco y vergüenza de ser español.
Hoy siento asco y vergüenza de ser español.
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