Estoy releyendo en mi viaje diario en tren, la novela "Las Aventuras de Arthur Gordon Pym" (1850), de mi adorado Edgar Allan Poe y me he parado a reflexionar sobre el principio de sincronicidad de Jung, que en su obra "La dinámica de lo inconsciente" define este concepto como "la simultaneidad de dos sucesos vinculados por el sentido pero de manera acausal». «Así pues, emplearé el concepto general de sincronicidad en el sentido especial de una coincidencia temporal de dos o más sucesos relacionados entre sí de una manera no causal, cuyo contenido significativo sea igual o similar...Para evitarse malentendidos lo diferenciaré del término sincronismo, que constituye la mera simultaneidad de dos sucesos».
Me explico.
El libro en cuestión cuenta la historia de un naufragio cerca de las Islas Malvinas del que quedaron cuatro supervivientes en una balsa. Muriéndose de hambre sortearon entre ellos a quién iban a matar para comérselo, perdiendo un grumete llamado Richard Parker.
Lo cierto es que (y de eso hay constancia en hemerotecas), en 1884, una goleta británica naufragó cerca de las Islas Sandwich . Quedan solo cuatro supervivientes, y por las mismas circunstancias que en el libro, sortearon a quién debían matar para comérselo. Curiosamente, el desgraciado sería un grumete llamado Richard Parker.!!!
Podría citar otros múltiples casos que avalan la teoría de Jung, tanto en el mundo literario como en el científico cocomplejos ni prejuicios cientifistas, profundizar en su obra.
No en vano, podemos encontrar precursores del principio de sincronicidad formulado por Jung tanto en Oriente como en Occidente. Desde el Tao Te King a Filón de Alejandría, pasando por Plotino, Pico della Mirandolla, Johannes Kepler, Teofrasto, Agrippa de Nettesheim, Paracelso, Schopenhauer, Charles Richet o Camille Flammarion o en el propio Leibniz.
Según Jung, las leyes naturales son verdades estadísticas, absolutamente válidas ante magnitudes macrofísicas pero no microfísicas.
Ello implica un principio de explicación diferente al causal. Cabe plantearse entonces si en términos muy generales existe no solo una posibilidad sino una realidad de sucesos acausales. Para ello se ha de afrontar el mundo de la casualidad y tratar de separar la causalidad de la acausalidad.La acausalidad es esperable cuando parece impensable la causalidad.
Ante la casualidad solo resulta viable la evaluación numérica o el método estadístico.
Las agrupaciones o series de casualidades han de ser consideradas casuales mientras no se sobrepasen los límites de la probabilidad. Si así se demostrara implicaría un principio acausal o conexión transversal de sentido.Establece Jung que su tratamiento del fenómeno no representa ninguna prueba definitiva sino mera conclusión desde determinadas premisas empíricas objeto de reflexión.
La sincronicidad constituye en sí misma una magnitud sumamente abstracta e inmaterializable.
Representa un criterio de comportamiento al igual que el espacio, el tiempo y la causalidad.
Se renunciaría así a la hipótesis de una psique asociada a un cerebro vivo, el factor formal sería ajeno a una actividad cerebral. De ahí que se plantee la pregunta de si todo proceso psicofísico tendría como fundamento la sincronicidad y no la causalidad.
De esta última se deducen dos posibilidades que ponen en entredicho la experiencia y el entendimiento: o bien los procesos físicos generan la psique, o bien la psique inmaterial determina procesos físicos. De este modo, la sincronicidad, o disposición acausal o con sentido, representaría una posibilidad de esclarecimiento de la encrucijada cuerpo-alma o paralelismo psicofísico.
En esta dirección apunta el «saber absoluto», o sentido absoluto, implícito al fenómeno, caracterizado de trascendental al hallarse en un espacio psíquicamente relativo o continuum espacio-temporal irrepresentable.Ante experiencias de inconsciencia donde paradójicamente permanecen procesos psíquicos conscientes cabrían darse etiológicamente dos posibilidades, ya sea la sincronicidad ante la imposibilidad de remitirnos a procesos de substratos biológicos subyacentes oien, cuando esto último es factible cabría la posibilidad de deducir como portador de las funciones psíquicas al sistema nervioso simpático.
Dicha actividad transcerebral sería responsable así mismo del fenómeno del sueño.
En conclusión, la clásica imagen física tríadica del mundo compuesta de espacio, tiempo y causalidad se convertiría en una tétrada o cuaternio al unírsele la sincronicidad.
Ello posibilitaría un juicio global que se aproximaría a un concepto unitario del ser eliminándose la incompatibilidad entre sujeto y objeto.
Casi nada!
En fin, que si algún día naufragais y os encontrais en una balsa con cuatro tipos y uno de ellos se llama Richard Parker, no tendréis porque preocuparos por la comida...
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