26.1.14

Las dos metáforas de Frank Capra sobre el destino del hombre en tiempos de tribulación

Lo confieso: me gusta mucho Frank Capra.
Pese a que la crítica lo haya calificado a veces como ingenuo, dulce como la sacarina o demasiado  "buenista" (y no sin argumentos válidos), creo que en su obra hay un mensaje que le cogió a contrapelo en su época pero que, con el tiempo, lo ha convertido en alguien que, como un nuevo Verne o un Nostradamus del celuloide, nos legó un mensaje absolutamente profético para esta Era de la Gran Tribulación que nos han tocado vivir….y sufrir.
La filmografía de Capra gira de forma recurrente en torno a unos mismos conceptos: la bondad, la humildad, la solidaridad, la búsqueda de la felicidad, pero también de la lucha por la justicia, el combate contra los corruptos, los avariciosos, los ambiciosos, los corruptos y los manipuladores y, sobre todo, el sacrificio personal en favor del bien general.
Capra era sin duda un idealista, pero su actitud no era una pose. Él estaba convencido de que la bondad se hallaba en todas las personas y de que ésa era la fuerza que podía hacer cambiar el mundo, aunque fuera a partir de actos individuales desarrollados mediante el esfuerzo y el sacrificio personal. Podría decirse de él pues, que Capra fue un defensor acérrimo de las tesis de Rousseau, aunque ignoro si las llegó a leer nunca.
En la América de la Gran Depresión y del New Deal del Hermano y Presidente Franklin D. Roosevelt, que a duras penas lograba salir de la dura crisis, sus planteamientos  cinematográfico-filosóficos de Capra dejaron en el espectador una profunda huella en absoluto despreciable y si bien Capra siempre se mantuvo al margen del compromiso político, sus películas son absolutamente inseparables de la visión y el proyecto del Presidente Roosevelt. 
Capra como buen seguidor de Rousseau (ni que lo fuera sin ser consciente de ello), fue sin duda un idealista, pero su actitud no era en modo alguno una pose. 
Antes al contrario, Capra estaba absolutamente convencido de que la bondad del Ser Humano se hallaba en todas las personas y de que ésa era la fuerza que podía hacer cambiar el mundo, aunque fuera a partir de actos individuales. Capra no era un liberal (en el sentido convencional) y no creía en que el individuo tuviera nada que ver con el egoísmo voraz y canibalístico del tenebroso capitalismo, ni era tampoco un nihilista, ya que en sus películas manifiesta proclama una fe total en la Democracia.
Su supuesta ñoñería intelectual o su carácter conformista deben exorcizarse ante su firme defensa del principio de que nada se consigue si no es mediante el esfuerzo, el sacrificio y la decisión personal.
Para argumentar la defensa de Capra voy a referirme a dos de sus magistrales películas que considero como una línea de continuidad de un mismo mensaje para el ser humano perdido y desesperado en el océano embravecido de la tribulación. De la alteración de la naturaleza. O de la inversión de los valores, como nos decía Guénon en su obra "El Reino de la Cantidad y los Signos de los Tiempos".
Voy a referirme, para sustentar mis afirmaciones, a dos obras cinematográficas fundamentales de Frank Capra.
Empezaremos por la primera, porque primera es en el proceso de planteamiento vital que Capra nos plantea para poder ser capaces de encontrar en Norte en nuestra perdida Brújula existencial en los "Últimos Días".
Me refiero a "¡Que Bello es vivir!" ("It's a Wondeful Life!") un clásico "sacarínico" y recurrente de las Navidades y que, pese a que la critica la ha considerado como una "americanada sentimentaloide y reaccionaria", según cuentan, llegó a ser la película preferida de Capra.
Todos, en algún momento o circunstancia (y yo también, me acuso!!!), al visionar la película, se nos ha removido lo más íntimo de nuestras tripas y hemos derramado alguna lagrimilla, pero todos podremos convenir en que, "¡Que Bello es vivir!" es quizás la película más aterradora de todos los tiempos. Y si me permitís, creo que hasta el propio Edgar Allan Poe hubiera necesitado dosis extra de alcohol para escribirla y una litrona más del mismo mejunje (o más cargado si cabe), después de haberla leído.
"¡Que Bello es vivir!" es un "reportaje" (y una parábola) de terror realizado en un mundo que se venía irremisiblemente abajo. Igual que el nuestro. Una crónica periodística de guerra, en pocas palabras.
Recordemos su tremebundo inicio: George Bailey, un buen hombre e íntegro ciudadano, interpretado en el celuloide por James Stewart, después de haber sido olvidado por casi todo el mundo pese haber dedicado su vida ayudando a los demás sin que nadie le haya agradecido nunca nada, llega  a la tremenda conclusión de que su vida es una puta mierda, tras convertirse en un nuevo "efecto colateral" del Leviathan del Capitalismo y marcha a las afueras del pueblo (Bedford Falls), con la firme intención de saltar por un puente al río en una helada e intempestiva noche de invierno para poner fin así al horrendo fracaso de su proyecto vital.
George Bailey es un buen tipo. Un hombre bueno, optimista y vital que soñó en su juventud con viajar y vivir aventuras, pero es también un personaje capaz de sacrificarse por sus amigos y su familia por lo cual, coherente con sus principios éticos, renunció a sus sueños para convertirse en un ser anodino.
Cada uno de los sueños y aspiraciones del bueno de George, han sido sacrificados sistemáticamente en favor de su hermano, de su tío, de su mujer y de sus hijos, de sus amigos. George, en definitiva, siempre vivió su vida como un acto de servicio a los demás.
George  es  consciente de que cada renuncia en su proyecto vital lo aleja  más y más de la vida que había soñado, pero piensa que, a pesar de ello, lleva una vida que cualquier persona corriente creería feliz; pero que no es la que él hubiera querido, y es finalmente esta contradicción la que le provoca un conflicto vital que le acabará rompiendo por dentro.
Nos encontramos pues, en la escena inicial de la película, con la decisión final de George Bailey, un hombre justo y honrado pero arruinado, vencido y acosado por el Leviathan Usurero y Genocida  y que decide abrazar el suicidio como última opción para liberarse de la ya insoportable carga del existir.

El buen George, ante un grave e irresoluble problema de liquidez económica y acosado por los "buitres", decide suicidarse en Nochebuena, pero mira por donde que un ángel sin alas impedirá que consume el acto final demostrándole cómo su vida ha influido en mejorar la de otras personas, seduciéndole así para que elija vivir en lugar de acabar con el infierno en vida de un puta vez.
Este tema me resulta muy contemporáneo porque en estos tiempos que corren cada vez veo más personas  que no conozco, y también a otras que sí que conozco, que caminan por la calle con las sogas anudadas al cuello deseando saltar desde un banco, mientras que los bancos, los causantes finales de la terrorífica situación a la que nos han abocado, tensan la soga, más y más, sin piedad alguna y con la colaboración complaciente de los políticos, jodidos y criminales estómagos agradecidos.
George Bailey ante el puente que le llevará a la oscura extinción en el helado y oscuro río es como una suerte de Jesús en su Pasión, pero con una gran diferencia: como ser humano solo le queda la muerte como sin ninguna esperanza en una Resurrección que no existe ni como garantía liberadora para dar el salto al vacío.
No obstante, la honestidad, la decencia y la virtud cívica de George Bailey es tanta que pese a sus expectativas futuras de hambre, oprobio y persecución por parte de los codiciosos "Buitres" del Terrorismo Capitalista para él y su familia por siempre jamás, llega el Ángel y le convence para seguir viviendo.
Esta  irrupción (interferencia) divina o sobrenatural representa un cruel punto de ruptura en el argumento de la película, hasta el punto de tener que preguntarnos si es posible entender que la película acaba realmente en el puente desde el que el protagonista salta al río, y que el epílogo es un acto de justicia irreal para reparar una realidad injusta o quizas es una forma de condenar a muerte al protagonista sin matarlo.
Justo en este punto, George Bailey contemplará cual viajero en el tiempo que sin su existencia en el mundo, su querido pueblo de Bedford Falls, se hubiera convertido en Pottersville, un despreciable lugar, vulgar, miserable y mezquino, una suerte de Sin City, una ciudad regida in-discrecionalmente por el plutócrata Mr. Potter, basada en el juego, la prostitución y el imperio esclavizante y corrupto de la banca usurera. La esposa de George se ha convertido en una triste "solterona" (a la antigua usanza), su hermano se ha suicidado y su casa se ha convertido en una puta ruina.
Ante la visión de este Infierno, George Bailey decide no poner fin a su vida. 
Corre a casa, donde los amigos y familiares se han reunido para salvarlo. 
Happy End!!!... y todos contentos y satisfechos ante la tele comiendo resacosos los últimos restos de los turrones.
Aunque por principios siempre me ha parecido extremadamente vulgar (por lo fácil) y oportunista, rematar una obra maestra con un "Happy End", hay pocos finales tan emotivos como el de "¡Qué bello es vivir!", cuento de Navidad con villano e interludio de pesadilla que deja a Dickens como un novel cronista de la miseria.
La última imagen con la que me quedo de "¡Que Bello es vivir!" es la mirada de George Bailey a sus amigos. Una hora antes, estaba a punto de suicidarse. Ahora ha regresado de una experiencia de muerte para vivir el resto de su vida como un "muerto viviente".
Pienso que, en sus visiones, George Bailey es un pionero en el tiempo y que había estado viviendo en Pottersville todo el tiempo, solo que lo ignoraba debido a que estaba viendo el mundo a través de sus bienintencionados ojos.
El creía en un mundo honesto y justo pero la realidad hizo añicos su sueño, haciéndole contemplar en toda su plenitud la evolución natural de su mundo. 
En pocas palabras, tras su encuentro con el Ángel, se tomó la pastilla azul que le ofreció el Morfeo de Matrix a Neo y así, Bedford Falls fue un sueño, un puto decorado de cartón piedra y del que Pottersville es la puta realidad en la que jodidamente vivimos.
Es por ello que intuyo que en la última escena de la peli, George Bailey mira a sus amigos con desesperanza.
Su victoria ha sido pírrica. No hay solución y el malvado Mr. Potter sigue, al fin y al cabo, siendo el puto amo y el futuro de George y de su familia seguirá siendo totalmente incierto, miserable y precario.
El mundo gira y…gira para mal porque quien controla las vueltas del globo son los que "Gobiernan el Mundo" y George, al final de la película llega a ser consciente de ello.
Parece ser, que Capra creyó realmente que los sacrificios de George Bailey merecieron la pena porque la frase con que se promociona la película: "Ningún hombre es un fracasado", un lema que en estos tiempos de tribulación, deberían poner a la entrada de las Oficinas de Empleo de este pobre y desgraciado país que nos ha tocado sufrir.
Ante este desesperanzador panorama, tenemos que preguntarnos: ¿hay solución?.
Francamente, lo ignoro.
No obstante,  creo que mi otra película de referencia en la filmografía de Capra, "Horizontes Perdidos" (1937), nos da una pista para encontrar una posible aunque difícil vía de escape.
"Horizontes Perdidos" es una de esas películas que ningún cinéfilo podrá olvidar jamás tras su visionado.
La película se basa en la novela que JamesHilton publicara en otoño de 1933.
Mientras Aldous Huxley dibujaba un futuro distópico en “Un mundo feliz” (1932), James Hilton con su novela llevó a miles de lectores del mundo entero a fantasear con la utopía.
La lectura de la obra de Hilton conmovió profundamente a Capra, que decidió inmediatamente adaptarla al cine. El argumento le ofrecía un vehículo excelente para poder expresar su idealismo, sus principios éticos y su interés por mostrar el lado bondadoso de la humanidad.
Con “Horizontes Perdidos” Capra convirtió lo que en un principio podía parecer una película de aventuras en una fábula muy interesante, llena de mensajes esotéricos.
La historia muestra las aventuras de Robert Conway, el "hombre de oriente" de la Corona británica en China.
La película se inicia mostrando el caos que impera en el pequeño aeropuerto chino de Baskul (en Afganistán en la novela de Hilton) donde un puñado de occidentales huyen de China a la desesperada a bordo de un avión que es secuestrado.
En esta precipitada huída, le acompañan su hermano y otros pasajeros que se ven arrojados esta aventura contra su voluntad.
Tras muchas horas de vuelo, el avión deberá realizar un aterrizaje de emergencia en plena cordillera del Himalaya que conduce a la muerte del piloto. Por fortuna, los pasajeros serán rescatados por una misteriosa comitiva que les acompañará a través de la cumbres nevadas que los conduce a Shangri-La, una idílica e intemporal ciudad perdida en un valle del Himalaya.
Shangri-La es un remedo de la mítica Shambhala de la tradición hindú y budista que llego a Occidente a través de los escritos de los viajeros Alexandra David-Neel y Ferdinand Ossendowski y que fue popularizada posteriormente por la tradición y las creencias  de la Sociedad Teosófica, se convertiría en referente de las ciudades mítico-utópicas para las generaciones posteriores.
El idílico valle acoge una población de ensueño donde el dinero no existe pues todo se comparte, las personas nacen sin tener excesos de egoísmo y gracias al las características del lugar, se aprovechan al máximo los recursos naturales. 
Los habitantes de Shangri-La viven en plenitud desarrollando el amor y el respeto al prójimo como forma de vida.
Sorprendidos por el descubrimiento, una vez en Shangri-La algunos pasajeros del avión accidentado desearán salir lo antes posible para volver a la civilización. Otros en cambio, descubrirán el verdadero sentido de la vida a través del máximo responsable del lugar, el Lama Chang, que sigue la doctrina impartida por un anciano sacerdote que llegó a Shangri-la hace muchísimos años.
A partir de este punto, la película analiza con propiedad los sentimientos que mueven las acciones de los protagonistas desatando un torrente de reacciones muy diversas. Como si de la fuente de la eterna juventud se tratase, Shangri-La seduce a los protagonistas del filme, despertando el amor en una joven lugareña llamada Sondra. Ella y Robert Conway iniciarán un romance.
Robert Conway va descubriendo que su secuestro ha sido planeado porque se espera de él que cumpla una importante misión. Shangri-La fue fundada por el padre Perrault que, gracias al "microclima" existente en el valle, ha visto prolongada su vida por espacio de más de 200 años. El Gran Lama Perrault, conocedor de los escritos y los postulados filosóficos de Conway, le propondrá que asuma su sucesión cuando él fallezca.
No obstante, no no todo el mundo es feliz en Shangri-La. 
El hermano de Robert Conway, se siente encerrado, cree estar prisionero en medio de las montañas. Sus sentimientos hacia una nativa del lugar llamada Maria, le impulsarán a planear el viaje de vuelta a su hogar a diferencia del resto de pasajeros, que aprovecharán al máximo la comodidad del lugar.
El tiempo pasa, y cada vez Conway está más decidido a marchar de Sangri-La. 
Lo peor del caso es que en su huida, arrastra con él a su hermano Robert rompiéndole el corazón a su enamorada. Sondra, que acepta resignada la marcha de los dos hermanos junto con la joven Maria. Para consuelo de Sondra, el Lama Chang la convence de que tarde o temprano, Conway volverá a  Shangri-La ya que será incapaz de soportar de nuevo el estilo de vida occidental.
Aprovechando que los porteadores están preparando un viaje para abastecer de suministros a Shangri-La, los hermanos Conway y Maria inician el viaje de regreso y en este punto, al traspasar los límites de Shangri-La,  Maria envejece rápidamente hasta morir en brazos del joven George que enloquecido por la muerte de Maria, sufrirá un accidente despeñándose por una sima helada.
Tras un largo viaje atravesando altas montañas, soportando ventiscas y medio congelado, Robert atraviesa el Tíbet y logra volver a la civilización, aunque nunca volverá a adaptarse a su antigua vida y emprenderá un viaje desesperado de vuelta a Shangri-La, donde tras un azaroso regreso, acabará por convertir en su hogar el resto de su larga vida.
Hablemos por un momento sobre Shangri-La como símbolo y arquetipo.
Este "Centro del Mundo" es la utopía que todos buscamos.
Un lugar de paz, donde todos conviven sin discriminación y respetando a los demás como forma básica de entender la vida y que además, posee una particularidad muy interesante: la ciudad y el Valle de la Luna Azul, libres de toda contaminación exterior, prolongan la vida hasta límites insospechados.
En el clima prebélico en que se realizó la película (hoy vivimos en un clima bélico similar pero no somos conscientes de ello), Capra exorcizó sus demonios creando la utopía en un remoto y apartado lugar.
Este lugar es un refugio que permanece aislado y que tiene poco contacto con la sociedad. Apenas una vez cada 3 o 4 años, una expedición de sherpas llega a la ciudad para intercambiar productos y traer noticias sobre el mundo exterior.
Shangri-La es pues una utopía cerrada en sí misma. Incontaminada. 
Es como una especie de Arca de Noé que preservará, en el momento de la debacle final, todo lo que de bueno tenga la sociedad.
En tanto que utopía, Shangri-La comprende todos los arquetipos que la caracterizan como tal: la bondad, el "Justo Medio", la igualdad, la justicia, la solidaridad, el respeto y la paz.
Pese a que en algunos momentos de la película, los diálogos y las situaciones están impregnados de una cierta moralina un tanto cursi, la buena orientación del film las supera con creces hasta el punto de hacérnoslos olvidar para llegar a concluir que todo ser humano necesita encontrar su Shangri-La para no perecer o volverse loco ante la infame debacle de un mundo abocado al abismo.
Todos conocemos y hemos leído obras inspiradoras del ideal utópico de un mundo mejor. Platón, Campanella, Thomas Moro, Francis Bacon, Rabeláis, el propio Rousseau y posteriormente los socialistas utópicos Saint-Simon, Fourier o Robert Owen, son algunos ejemplos de este ideal de liberación y esperanza de un mundo opresivo e invivible en el cual hallar la vida en armonía, respeto mutuo, igualdad, paz, libertad y felicidad.
En el siglo XX, en la misma línea, la obra de Hilton serviría a Capra como inspiración para acercarnos a través del cine a la aspiración de todo ser humano de hallar antes o después su "Shangri-La". Su paraíso.
Quisiera resaltar en este punto algunos diálogos de la película.
En una conversación entre Robert Conway y el Lama Chang, el primero le pregunta:
-"¿Qué religión profesan aquí?"
Y el Lama Chang le responde:
-Yo diría que nuestra creencia común se basa en la moderación. Predicamos la virtud que reside en evitar los excesos de cualquier tipo, incluso el exceso de virtud misma. Gobernamos con una severidad moderada y a cambio nos corresponden con una moderada obediencia; como resultado nuestro pueblo es moderadamente honesto, moderadamente puro y moderadamente feliz."
La conversación de Conway con el Gran Lama encuentra en la novela de Hilton pasajes más explícitos sobre la naturaleza y la esencia de Shangri-La, por ejemplo cuando el Gran Lama le dice a Conway: “Veo un tiempo en el que el hombre, exultante en la técnica del homicidio, montará en cólera de tal modo contra el mundo, que todas las cosas preciosas estarán en peligro, cada libro y pintura, todos los tesoros acumulados durante dos milenios”.
Con los tiempos que corren, la película presenta un argumento totalmente actual, con sentencias impresionantes, denuncias sociales estremecedoras e imágenes que transmiten una fuerza y una intensidad brutales.
En estas dos películas, Frank Capra nos presenta una visión pesimista y angustiosa sobre la deriva suicida que tomó el mundo en que vivía y que desgraciadamente, es el nuestro corregido y aumentado.
El hombre común, representado por George Bailey, no tiene futuro sino para vivir como un esclavo sin posibilidad de redención alguna en un entorno despiadado, salvaje y hostil y debe resignarse como un cordero camino del matadero entre lo malo y lo peor.
En Robert Conway encontramos la personificación del  espíritu prométeico del ser humano. El que llega a reconocer por sí mismo que vive en Matrix pero que alberga la esperanza de huir de ella, ni que sea como mecanismo de defensa ante la sensación de vacío existencial y la insoportable sensación de seguir siendo un esclavo hasta su muerte.
Movido por la utopía, algo vibra en Conway cuando el gran lama le dice en la estancia escasamente iluminada por la luz de una vela aquello de: "Hay momentos en la vida de todo hombre en que este vislumbra la eternidad."
No hay opción: o te quedas en Shangri-La o vuelves con la cabeza gacha a Bedford Falls. 
Esto es lo que hay aunque la jodida clave es encontrar el camino.
Brindo para que todos los que me leáis (y yo mismo), podamos salir del redil y encontremos, como lo consiguió Robert Conway nuestro Shangri-La y podamos escapar del triste, trágico y miserable destino que el sistema reserva al pobre George Bailey.
Convengo en que vivir (con sus más y sus menos), es una bella experiencia a la par que un terrible, lacerante y azaroso camino dentro de un laberinto envuelto en un  perverso acertijo inserto en un irresoluble enigma.
Menudo marrón!!!
No me busquéis en Bedford Falls. Nos vemos en Shangri-La y me comprometo a deciros donde está tan pronto lo encuentre. Cuestión de Fraternidad...

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