29.11.09

LIBERTAD DE PENSAR



Artículo del Diccionario Filosófico de Voltaire ((1694-1778)

El año 1707, cuando los ingleses ganaron la batalla de Zaragoza, protegieron a Portugal y dieron durante cierto tiempo un rey a España, lord Boldmind, oficial general, que estuvo herido, se encontraba tomando baños en Bareges. En dicho balneario encontró al conde Medroso, que habiendo caído del caballo a legua y media del campo de batalla, fue también a los referidos baños. Era familiar de la Inquisición. Lord Boldmind no era familiar mas que en la conversación, y uno de los días que estaban juntos, medió entre ambos el siguiente diálogo:
BOLDMIND.- ¿De modo que sois alguacil de los demonios? Permitidme que os diga que desempeñáis un oficio muy bajo.
MEDROSO.- Es verdad; pero es preferible ser un criado a ser su víctima; prefiero tener la desgracia de quemar a mi prójimo a que me abrasen las llamas de una hoguera.
BOLDMIND.- ¡Horrible alternativa! Erais cien veces más dichosos cuando sufríais el yugo de los moros, que os dejaban tener todas las supersticiones que queríais, y que a pesar de ser los vencedores, no se arrogaban el derecho de amarrar el pensamiento con cadenas.
MEDROSO.- Sólo os puedo decir que no se nos permite escribir, hablar ni pensar siquiera. Si hablamos, interpretan nuestras palabras como quieren, y lo mismo hacen con nuestros escritos. Como no pueden sentenciarnos a morir en un auto de fe por nuestros pensamientos secretos, nos amenazan con que arderemos eternamente por orden de Dios si no pensamos como los jacobinos. Convencieron al gobierno de que si tuviéramos sentido común, pondríamos en combustión todo el Estado y nuestra nación sería la más desgraciada del mundo.
BOLDMIND.- ¿Os parece que somos desgraciados nosotros los ingleses, que llenamos los mares de buques y que venimos a ganaros batallas al extremo de Europa? ¿Creéis que los holandeses, que os arrebataron casi todo lo que descubristeis en la India, que hoy son vuestros protectores, estén malditos de Dios por haber concedido completa libertad a la prensa y por practicar el comercio de los pensamientos de los hombres? ¿El Imperio romano fue menos poderoso porque Cicerón escribiera con libertad?
MEDROSO.- ¿Quién es Cicerón? Nunca oí pronunciar ese nombre a la Santa Hermandad.
BOLDMIND.- Era un bachiller de la Universidad de Roma que escribió todo lo que pensaba, lo mismo que Julio César, Marco Aurelio, Tito, Lucrecio, Plinio, Séneca y otros doctores.
MEDROSO.- No los conozco; pero me han asegurado que la religión católica y romana se pierde si nos dejan pensar.
BOLDMIND.—No debéis creer semejante cosa, teniendo la seguridad de que vuestra religión es divina y que las puertas del infierno no prevalecerán contra ella. Si esto es cierto, nada es capaz de destruirla.
MEDROSO.- No; pero puede reducirse a la más mínima expresión, y sin duda lo aseguraron por creer que Suecia, Dinamarca, Inglaterra y la mitad de Alemania han incurrido en la desgracia de no querer ser más vasallas del Papa. Hasta aseguran que si los hombres se dejan arrastrar por la engañosa luz de la razón, se concretarán muy bien a adorar sencillamente a Dios y a la virtud. Si las puertas del infierno prevalecieran hasta ese punto, ¿para qué serviría el Santo Oficio?
BOLDMIND.- Si los primitivos cristianos no hubieran tenido la libertad de pensar, ¿no comprendéis que no existiría el cristianismo?
MEDROSO.- ¿Qué queréis decir? No os comprendo.
BOLDMIND.- Lo creo; quiero decir que si Tiberio y los demás emperadores romanos se hubieran valido de jacobinos que impidieran que los primitivos cristianos tuviesen plumas y tinta; si no hubiera estado permitido en el imperio romano pensar libremente, hubiera sido imposible que los cristianos establecieran sus dogmas. Puesto que el cristianismo consiguió hacer prosélitos y partidos porque disfrutó de la libertad del pensamiento, ¿no es una contradicción y una injusticia querer matar hoy esa libertad sobre la que él se fundó? Cuando os proponen algún asunto de interés, ¿no lo examináis mucho tiempo antes de aceptarlo? ¿Hay acaso en el mundo asunto de más interés que el de nuestra felicidad o el de nuestra desgracia eterna? Hay muchas religiones en el mundo, y todas os condenan si creéis en vuestros dogmas, que ellas tienen por absurdos y por impíos; examinad, pues, vuestros dogmas.
MEDROSO.- Yo no puedo examinarlos porque no soy jacobino.
BOLDMIND.- Sois hombre, y esto basta.
MEDROSO.- Por desgracia, comprendo que sois más hombre que yo.
BOLDMIND.- De vos depende aprender a pensar; aunque nacisteis con ingenio, sois como el pájaro, que os tiene preso en su jaula la Inquisición; el Santo Oficio os ha cortado las alas, pero éstas os pueden crecer. El que no sabe geometría puede aprenderla; todos los hombres pueden instruirse; atreveos a pensar, que es vergonzoso poner vuestra alma en las manos de aquellos a quienes no confiaríais el dinero.
MEDROSO.- Dícese que si todo el mundo pensara por sí mismo, habría mucha confusión en la tierra.
BOLDMIND.- Sucedería todo lo contrario. Cuando asistimos a un espectáculo, cada espectador expone con libertad su opinión sobre la obra que se representa, y no por eso se perturba el sosiego público; pero si el protector insolente de algún mal poeta quisiera obligar a los espectadores de buen gusto a que les parezca bueno lo que encuentran malo, en ese caso se llenaría de silbidos el teatro, y los dos partidos se tirarían patatas a la cabeza, como en una ocasión sucedió en Londres. Los tiranos del pensamiento son los que han causado gran parte de las desgracias del mundo. En Inglaterra no fuimos felices hasta que cada uno de sus habitantes gozó con libertad el derecho de exponer su opinión.
MEDROSO.- También nosotros vivimos tranquilos en Lisboa, donde nadie está facultado para decir lo que piensa.
BOLDMIND.- Vivís tranquilos, pero no sois dichosos; gozáis de la tranquilidad de los galeotes, que mueven los remos cadenciosamente y callando.
MEDROSO.- ¿Creéis firmemente que mi alma está condenada a galeras?
BOLDMIND.- Sí, y deseo librarla de ellas.
MEDROSO.- ¡Pero si yo me encuentro bien en las galeras!...
BOLDMIND.- Pues en ese caso las merecéis.

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