Article de Francesc-Marc Álvaro publicat a La Vanguardia (02/03/2011)
El socialismo catalán ha entrado en un bucle del que tardará en salir. Se pueden hacer muchos análisis al respecto y se pueden distinguir varios problemas: la falta de liderazgo, su invisibilidad en Madrid, la disolución de un proyecto claro y propio... Da igual. Además de la crisis general que afecta a la socialdemocracia europea, el PSC es víctima de su éxito: demasiado tiempo continuado en el poder y demasiada rutina y exceso de confianza en el todopoderoso aparato. Si a ello le suman la dura situación económica y el efecto rebote de un Zapatero en caída, está claro que al socialismo local le ha llegado la hora de la humildad y de hacer los deberes.
Si no fuera la organización política que ha acumulado más poder en Catalunya desde 1977, no estaríamos hablando del PSC. Junto a CiU, ocupa el centro de la sociedad. Pero las elecciones municipales de mayo pueden provocar un cambio de paisaje sin precedentes, el cierre de toda una época. Tras la derrota del tripartito y de José Montilla en las últimas elecciones al Parlament, las primarias celebradas en Barcelona han puesto de manifiesto algo que parecía impensable: los nuevos dirigentes, inicialmente dóciles, le han perdido el miedo a la cúpula de la calle Nicaragua. Cuando se pierde el miedo a los que quitan y ponen las figuras del pesebre es que el pesebre ha dejado de ser lo que era. Sin miedo, se dicen las verdades que otrora se callaban por mero instinto de conservación. Ni Miquel Iceta ni José Zaragoza son infalibles ni controlan todo como hace unos años, los príncipes ya van desnudos. Pero los cambios más acusados no ocurren en la superficie, sino entre las bases socialistas. El desconcierto y el desánimo se han hecho fuertes, incluso entre sectores vinculados a las administraciones amigas y las áreas de influencia creadas por las complicidades y los favores. El malestar lleva al cansancio y el cansancio a la abstención.
Algunos fenómenos indican que todavía hay quienes no quieren enterarse de la gravedad del momento. La realidad es severa, pero el realismo tiende a ser sustituido por diagnósticos autocomplacientes y defensivos. Por ejemplo, resulta ilustrativo que Raimon Obiols, cuya lista de fracasos frente a Jordi Pujol no es la mejor carta de presentación para dar lecciones, haya reaparecido para salvar la nave, ensayando mensajes de renovación que tienen el puro sabor del revival. Le escuché el otro día en la radio y constaté con estupefacción que el eurodiputado piensa seriamente que la mayor parte de los males del tripartito y del PSC nacen del acoso de la prensa hostil. ¿Cómo es posible repensar nuevos caminos partiendo de una tan escasa voluntad de reconocer los hechos tal como son? En estos momentos, el peor enemigo del socialismo catalán es la incapacidad de registrar la realidad que exhiben muchos –no todos– de sus dirigentes. Es un viejo síndrome que consiste en confundir la propia propaganda con el diagnóstico. Todo son excusas, todo son responsabilidades ajenas.
En otros tiempos, los ideólogos serían llamados a la mesa de operaciones para intentar reanimar al paciente. Hoy, al parecer, el socialismo catalán, un poco a rebufo del socialismo español, ha trocado los ideólogos por coolhunters. Son cazadores de tendencias, profesionales que ofrecen (a precios no siempre módicos) a los políticos ese milagro consistente en conectar (reconectar, en este caso) con los electores. El coolhunter trata de adivinar por dónde va la gente para decírselo inmediatamente a Vicente, mientras el ideólogo de toda la vida le decía a Vicente cuál era el camino que tomar, a partir de una supuesta teorización más o menos afortunada y más o menos amarrada a la realidad. Si, además, el coolhunter reviste sus supercherías con un canto encendido y adolescente a herramientas como Facebook y Twitter, su negocio está garantizado, incluso si todos sus consejos no hacen más que hundir al líder en la nada. Esto ha pasado en Catalunya en los últimos tiempos. Y no hablo de nada que no esté pasando ahora mismo en el despacho de decenas de alcaldes con ganas de seguir en el cargo. Para el coolhunter de turno, el gobernante debe sintonizar con el presunto espíritu de la época, aunque, atareado en tales ceremonias, se dedique a callar sobre todo aquello que preocupa a sus electores. La ministra Chacón es, tal vez, la creación más admirable de la brillante escuela de coolhunters que ha llevado el Gobierno de España hasta el abismo y hasta el taller de urgencias de Pérez Rubalcaba, mecánico del tiempo en que los ideólogos sabían de la densa razón de Estado más que de bolsos.
El tiempo todo lo cura. También en política. También cuando el conservadurismo ha invadido el corazón de un proyecto que se autodefine como “progresista”. Porque la verdad descarnada es que el PSC ha confundido la gestión con la conservación y la continuidad con el continuismo. Es sencillo y complejo a la vez. Las mismas debilidades que los socialistas señalaron tan acertadamente en la etapa final y gris del pujolismo han hecho mella en sus filas. Salvo algunas excepciones –pongamos el alcalde Ros de Lleida–, los candidatos locales del PSC experimentarán una agonía que no siempre es cosa suya. Y todo esto tiene que ver, también, con corrientes de fondo que anuncian, con más o menos meandros, un cambio de mentalidad y actitudes en la centralidad catalana, al margen de los partidos y buscando con ansia otra forma de hacer política.
El socialismo catalán ha entrado en un bucle del que tardará en salir. Se pueden hacer muchos análisis al respecto y se pueden distinguir varios problemas: la falta de liderazgo, su invisibilidad en Madrid, la disolución de un proyecto claro y propio... Da igual. Además de la crisis general que afecta a la socialdemocracia europea, el PSC es víctima de su éxito: demasiado tiempo continuado en el poder y demasiada rutina y exceso de confianza en el todopoderoso aparato. Si a ello le suman la dura situación económica y el efecto rebote de un Zapatero en caída, está claro que al socialismo local le ha llegado la hora de la humildad y de hacer los deberes.
Si no fuera la organización política que ha acumulado más poder en Catalunya desde 1977, no estaríamos hablando del PSC. Junto a CiU, ocupa el centro de la sociedad. Pero las elecciones municipales de mayo pueden provocar un cambio de paisaje sin precedentes, el cierre de toda una época. Tras la derrota del tripartito y de José Montilla en las últimas elecciones al Parlament, las primarias celebradas en Barcelona han puesto de manifiesto algo que parecía impensable: los nuevos dirigentes, inicialmente dóciles, le han perdido el miedo a la cúpula de la calle Nicaragua. Cuando se pierde el miedo a los que quitan y ponen las figuras del pesebre es que el pesebre ha dejado de ser lo que era. Sin miedo, se dicen las verdades que otrora se callaban por mero instinto de conservación. Ni Miquel Iceta ni José Zaragoza son infalibles ni controlan todo como hace unos años, los príncipes ya van desnudos. Pero los cambios más acusados no ocurren en la superficie, sino entre las bases socialistas. El desconcierto y el desánimo se han hecho fuertes, incluso entre sectores vinculados a las administraciones amigas y las áreas de influencia creadas por las complicidades y los favores. El malestar lleva al cansancio y el cansancio a la abstención.
Algunos fenómenos indican que todavía hay quienes no quieren enterarse de la gravedad del momento. La realidad es severa, pero el realismo tiende a ser sustituido por diagnósticos autocomplacientes y defensivos. Por ejemplo, resulta ilustrativo que Raimon Obiols, cuya lista de fracasos frente a Jordi Pujol no es la mejor carta de presentación para dar lecciones, haya reaparecido para salvar la nave, ensayando mensajes de renovación que tienen el puro sabor del revival. Le escuché el otro día en la radio y constaté con estupefacción que el eurodiputado piensa seriamente que la mayor parte de los males del tripartito y del PSC nacen del acoso de la prensa hostil. ¿Cómo es posible repensar nuevos caminos partiendo de una tan escasa voluntad de reconocer los hechos tal como son? En estos momentos, el peor enemigo del socialismo catalán es la incapacidad de registrar la realidad que exhiben muchos –no todos– de sus dirigentes. Es un viejo síndrome que consiste en confundir la propia propaganda con el diagnóstico. Todo son excusas, todo son responsabilidades ajenas.
En otros tiempos, los ideólogos serían llamados a la mesa de operaciones para intentar reanimar al paciente. Hoy, al parecer, el socialismo catalán, un poco a rebufo del socialismo español, ha trocado los ideólogos por coolhunters. Son cazadores de tendencias, profesionales que ofrecen (a precios no siempre módicos) a los políticos ese milagro consistente en conectar (reconectar, en este caso) con los electores. El coolhunter trata de adivinar por dónde va la gente para decírselo inmediatamente a Vicente, mientras el ideólogo de toda la vida le decía a Vicente cuál era el camino que tomar, a partir de una supuesta teorización más o menos afortunada y más o menos amarrada a la realidad. Si, además, el coolhunter reviste sus supercherías con un canto encendido y adolescente a herramientas como Facebook y Twitter, su negocio está garantizado, incluso si todos sus consejos no hacen más que hundir al líder en la nada. Esto ha pasado en Catalunya en los últimos tiempos. Y no hablo de nada que no esté pasando ahora mismo en el despacho de decenas de alcaldes con ganas de seguir en el cargo. Para el coolhunter de turno, el gobernante debe sintonizar con el presunto espíritu de la época, aunque, atareado en tales ceremonias, se dedique a callar sobre todo aquello que preocupa a sus electores. La ministra Chacón es, tal vez, la creación más admirable de la brillante escuela de coolhunters que ha llevado el Gobierno de España hasta el abismo y hasta el taller de urgencias de Pérez Rubalcaba, mecánico del tiempo en que los ideólogos sabían de la densa razón de Estado más que de bolsos.
El tiempo todo lo cura. También en política. También cuando el conservadurismo ha invadido el corazón de un proyecto que se autodefine como “progresista”. Porque la verdad descarnada es que el PSC ha confundido la gestión con la conservación y la continuidad con el continuismo. Es sencillo y complejo a la vez. Las mismas debilidades que los socialistas señalaron tan acertadamente en la etapa final y gris del pujolismo han hecho mella en sus filas. Salvo algunas excepciones –pongamos el alcalde Ros de Lleida–, los candidatos locales del PSC experimentarán una agonía que no siempre es cosa suya. Y todo esto tiene que ver, también, con corrientes de fondo que anuncian, con más o menos meandros, un cambio de mentalidad y actitudes en la centralidad catalana, al margen de los partidos y buscando con ansia otra forma de hacer política.
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